Judías verdes con tahíni
No sé como puñetas llamar a esta verdura (Phaseolus vulgaris) porque en mi casa siempre se llamaron “Judías verdes”, aunque en mi tierra, Asturias, se les llama Fréjoles o Vainilles, pero en el resto del cantábrico se conocen como Vainas, que está bien, es razonable, por eso lo uso, pero es que en Levante son bajocas, en Andalucía y Canarias, habichuelas, en América porotos verdes, salvo en Argentina, Chile y Uruguay, que son chauchas y en Méjico donde les llaman ejotes.
Le ronca el mambo al nombrecito, total, para una maldita comida de régimen, instrumento de tortura para millones de niños, comida de vacas, que diría mi amigo Proensa.
Pero una vez las probé en Casa Fermín, cortadas en tallarines y muy crujientes, casi crudas, y servidas como guarnición de un Mero en costra de pistachos y me enamoré de ellas.
Hasta hoy que las he preparado con tahín y ya no renunciaré nunca a esta receta, porque es como viajar a las grandes cocinas de Oriente Medio, donde tanto se usa esta pasta (vean Hummus y Moutabal ) que aporta perfumes casi secretos para los no iniciados.
Si no encuentran tahín en su súper, pues cambien de tienda, pero mientras tanto, pueden hacerlo en casa, es muy fácil y sabe mejor que el prefabricado. Extiendan unos buenos puñados de sésamo en la bandeja del horno y tuéstenlos durante diez minutos a 180ºC, procurando removerlos de vez en cuando para que se hagan uniformemente.
Luego se meten en la batidora con un poco de sal, agua (yo le pongo un poco de limón y pimienta, porque suben el sabor, pero no es ortodoxo) y se trituran hasta hacer una pasta (debe quedar como crema, depende de la cantidad de agua). Las semillas desprenden ya bastante aceite, pero se pueden cubrir con un poco añadido (de oliva o de sésamo) para que se conserve por más tiempo, incluso semanas.