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Historias de Setas

Corprinus comatus según Sir Cámara
 
Corprinus comatus según Sir Cámara

Septiembre 2009.

Mi incursión en la micología tiene una cierta música nostálgica, como aquella triste y deliciosa Balada de Otoño de Serrat, “Un canto triste de melancolía”, porque coincidió con una época de mi vida que recuerdo, entremezcladas, las más dulces vivencias de mi vida, disfrutando de mis hijos pequeños en la casona de Castropol, y la posterior y dramática separación, todo un poema..., de otoño. 

El maestro Cunqueiro, hablando de las becadas, escribía: “... aseguran que al claro de luna se bañan en las aguas quietas de las charcas.(...) Cuando se la cocina, reviven estos claros del otoño: es como llevar al paladar al otoño del bosque”.

Yo cambié la escopeta por la cesta de mimbre, porque salir a setas, si se hace con el debido protocolo, es tan apasionante como la caza, si no más, porque hueles y oyes el bosque, te sientes predador, hombre primitivo y hasta disfrutas de la concentración en faenas animales, como es buscar comida salvaje. 

Dibujo de seta Amanita CesareaLa ventaja es que no tienes que sacar licencias, ni sufrir los abusos y papeleos que conlleva la caza, sobre todo desde que se popularizó tanto en los años ochenta, que hasta los chupatintas pegasellos presumían de ir de montería el fin de semana.

Ir a setas tiene todo el encanto de la aventura, porque, además de mis setales secretos (todos los seteros guardamos como oro en paño esa información), de vez en cuando hacíamos partidas a montes lejanos, desconocidos, a las oscuras tierras de Lugo, donde podía haber auténticos tesoros..., o nada.

Después de la excursión, venía la comida y la tertulia, en este caso sin mentiras, porque si algún fanfarrón decía haber visto un Edulis de dos kilos, bastaba con mirar en su cesta, ya que en este deporte no hay trucos de “Se rompió el sedal de lo grande que era”, o “No me explico como pudo huir, porque le di en el codillo”.

Otro momento entrañable era la clasificación. Siempre hay que poner las conocidas en una cesta, y las extrañas en otra. Una seta venenosa puede contaminar al resto, porque, en algunos casos, las esporas son tóxicas.

Una vez en casa, las cestas de comer iban a la cocina, y las de estudio, a la mesa de billar, sobre un gran hule blanco, para ser cotejadas con la información de los libros, porque un buen aficionado debe tener al menos media docena de ellos para asegurar sus pesquisas. Incluso yo usaba un pequeño microscopio para visualizar las esporas, que a veces son el único medio de diferenciar dos variedades parecidas.

Este pequeño capítulo no es un ensayo, solo una recopilación de aquellos artículos que publiqué en su día, cuando los paisanos del lejano Oeste asturiano nos advertían que con eso no se jugaba, que era comida de serpientes y obra del diablo. Hoy ponen carteles prohibiendo cogerlas porque se las venden a un chico que pasa cada semana con una furgoneta, que se las vende a un comerciante catalán, que las prepara para una empresa italiana, que las envasa y nos las vende en El Corte Inglés.

En la sección de Cocina de setas pueden ver muchas recetas, pero como tengo la cabeza ya un poco ida, lo mejor es que pinchen en Buscador y pongan el nombre de la variedad, por ejemplo Boletus, y les aparecerá una buena retahíla de opciones (en esta caso concreto ¡más de 300!).
Los dibujos son obra de mi querido amigo y genial artista, Ricardo, Sir Cámara. Es una pena que no llegase a publicar su libro de micología humoristica, pero este país solo gusta ya de las ordinarieces.

Todos los textos contenidos en esta sección, así como sus respectivas fotografías, han sido concebidos, diseñados, realizados y redactados por Pepe Iglesias, por lo que están amparados por la correspondiente legislación vigente de derechos de autor.
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Escrito por el (actualizado: 08/12/2014)