Golf y Gastronomía - De Isla en Isla
Este libro, Mis mejores Escapadas de Golf y Gastronomía, salió al mercado en 2006 y ganó el premio Gourmand World Cookbook Awards como la mejor guía de turismo del mundo de ese año.
No se trata de emular el famoso Hoyo 18º de Everglades, Florida (cinco malditos islotes por los que hay que hacer saltar la bola evitando un pantano plagado de caimanes), nuestra propuesta consiste en volar confortablemente por nuestros campos de golf extra peninsulares, pasar una semanita de relax, golf y gastronomía en algunas de esas islas que tan bien conocen ingleses y alemanes, pero que los españolitos consideramos solo destino de sol y playa, o peor aun, de Luna de Miel hortera tipo años sesenta.
Es cierto que las superofertas con que las agencias nos bombardean en sus escaparates nos incita a pensar: “Una semana, todo incluido, por menos de 400€, pues menuda mierda debe ser eso”, pero hay otras opciones que poco o nada tienen que ver con esas gangas.
Lugares de ensueño que muchas veces desdeñamos en favor de supuestos paraísos lejanos y que de exóticos solo tienen las quince horas de avión que conllevan los vuelos transatlánticos. Amén de una pésima cocina diseñada por una empresa gringa de Food & Beverages y la tortura de tener que soportar a animadores con altavoces a toda potencia que intentan obligarnos a bailar merengue, o hacer aeróbic durante la hora de la siesta.
A diferencia de lugares como Playa Bávaro o Punta Cana, en República Dominicana, donde, fuera del hotel, no existe ni un garito en doscientos kilómetros a la redonda, en nuestras escapadas les apuntamos visitas tan tentadoras como pueden ser bodegas, tabernas populares, mesas regionales, comedores de gran lujo, cocinas de autor, etc. Y todo eso a tiro de piedra de un magnífico hotel situado a pie de campo de golf y a una hora de avión de su residencia.
Aunque tampoco piensen que la selección ha sido fácil, porque en nuestro trabajo nos hemos topado con bastantes más bodrios de los que esperábamos: comedores infames, sacacuartos sin piedad, hoteles déspotas, campos de golf en los que ser español supone sumar diez puntos al handicap y, lo más curioso, una desinformación que raya con lo inconcebible, sobre todo en Gran Canaria, donde, a pesar de la inestimable ayuda e interés de nuestro querido compañero Mario Hernández Bueno, no podemos incluir esta isla como escapada de golf y gastronomía.
Es obvio que la bondad de estos climas atrae de tal forma al turismo europeo que, a los hosteleros, el nacional les trae al fresco. Pero la gastronomía no suele ser el fuerte de estos visitantes que acostumbran a mantener sus hábitos locales durante las vacaciones, y es una pena que cocinas tan personales como la balear o la canaria, se vean atropelladas por los Fish & Chips, pizzerías, hamburgueserías, Tex Mex y otros desatinos foráneos. De hecho uno de los destinos que con más grado pensaba recomendar, Lanzarote, con un precioso campo ecológico en que sus calles se ven limitadas por el color negro del picón (grijo volcánico), unas vistas sobrecogedoras, la obra maestra de César Manrique, y donde encima se ha abierto un súper hotel con Spa y toda la pesca, he tenido que dejarlo fuera porque aquellos comedores que elogié hace unos años en la revista Sobremesa, ya no existen.
Otro tanto sucede con el resto de islas, tanto baleares como canarias, donde si bien la protección ecológica ya es una realidad, afortunadamente, no sucede lo mismo con la cultura gastronómica, lo que, a pesar de contar con magníficos campos y paisajes de ensueño, no podemos reseñarlos en esta guía porque comer de Fish & Chips y TexMex, no es precisamente lo yo que considero recomendable.
A fuer de ser sinceros, he de reconocer que, salvo estos comedores que recomendamos y alguno más que se nos haya escapado, en las islas, en general los restaurantes son más bonitos que buenos. Mucha decoración y más parafernalia, pero de cocina, poquito. Hasta algunos muy recomendados por los hoteleros locales, pueden ser pinchaguiris, como uno que fui, cruzando desde Palma hasta el extremo de Llevant, precioso, comiendo al borde del mar entre palmeras, pero que cuando me sirvieron la llampuga (un pescado autóctono realmente delicioso, una especie de jurel migratorio que solo se pesca durante un par de semana al año), ví que le habían puesto salsa de tomate de bote corriente, casi un ketchup, por encima. ¡Para fusilarles!
El turismo está globalizando la cocina de nuestras islas y es un crimen, porque están asesinando una cultura maravillosa casi antes de haber nacido, ya que esta, apenas llegó a salir del ámbito doméstico antes de que las amas de casa abandonasen la cocina, relegando al olvido grandes recetarios que nunca volverán.
Cuando dices que el nivel gastronómico mallorquín es bajo, siempre salta alguien diciendo: “¿Ha comido usted en el Tristán?”, a lo que respondo: “Pues sí, y no sabía si estaba en Mallorca, Montecarlo, Marbella, o Baden Baden, porque la cocina era la misma de los estrellas de esos Top Beautiful People Land, y el leñazo, también”, porque el angelito, como dice que solo le interesa el turismo alemán de los yates, pues cobra más que Alain Ducase.
Afortunadamente, algunos gobiernos regionales, están ya asimilando la importancia de la gastronomía en el desarrollo del turismo de elite y cocinas como la mallorquina o tinerfeña, está siendo protegidas y subvencionadas. Esperemos que cunda el ejemplo y en la próxima guía podamos hablar con más rotundidad de estos comedores.