Humitas by Elena
Hace unas semanas encontré en Llanes una tienda donde vendían productos indianos, tales como ají amarillo, mole, maíz para tamales y hojas de maíz para envolverlos, todo un arsenal para preparar una de mis golosinas preferidas, los Tamales en hoja rellenos de Mole de guajolote.
Mi chica, que es la encargada de las masas en esta casa (cómo es celiaca, se ha vuelto una experta en estas artes), me preparó una tanda y estuve tres días seguidos comiendo tamales ¡qué gozada!
Esta vez volvimos a la carga con un Mole poblano casero y sin gluten, y, aunque las humitas chilenas se hacen con choclo fresco (panojas de maíz recién recolectadas en verde), mi niña tenía tantas ganas de volver a probarlas, que decidió usar parte de la masa de los tamales para hacer este plato, aunque se parece más a las hallacas caraqueñas, que a las auténticas humitas chilenas.
En realidad ni es un tamal, ni una humita, ni una hallaca, porque tiene un poco de todas ellas, de modo que, como hace tiempo que tenía ganas de escribir esta horterada tan moda entre los nuevos “cocineritos autores”, pues me dije “Esta es la mía, Humitas by Elena, todo un culinarytalent show”, ja, ja, ja..., para que vean que yo también sé hacer el gilipollas.
Según las pocas referencias serias que he encontrado al respecto (los arqueólogos Karl Taube, William Saturno y David Stuart datan los tamales antes del año 100 a. C. ya que encontraron representaciones pictóricas en el Mural de San Bartolo, en Petén, Guatemala, datado en esas fechas), incluso la cita que hace fray Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de Nueva España a principios del siglo XVI, que indica “Comían también tamales de muchas maneras; unos de ellos son blancos y a manera de pella, hechos no del todo redondos ni bien cuadrados… Otros tamales comían que son colorados...”, parece indiscutible que esta comida era muy popular en México y América Central, muchos siglos antes de la llegada de Colón.
Hay muchas variantes en cuanto a nombres, ingredientes de relleno incluso hojas de envoltorio, pero parece que el primitivo es el mexicano, el Tamal en hoja de maíz, cuyo nombre proviene del náhuatl tamalli, y que significa “envuelto”. De ahí pasaría unido a la cultura del maíz con ciertas variaciones hasta llegar a la América Austral. En Argentina se conserva el nombre de “tamal”, pero existen otros términos como humita, hallaca, bollo, molidos, envueltos, montucas, nacatamal, etc., y con las confusiones propias de las evoluciones populares, como que en Ecuador se llaman tamales sin van envueltos en hoja de plátano, y humitas si van en hoja de maíz, pero en la provincia de Manabí se les llama hayacas cuando están envueltos en hojas de plátano.
A todo este lío hay que añadir la llegada de los españoles con productos como el arroz, las gallinas o el cilantro, de modo que si llamo a estos tamales “Humitas by Elena”, aunque sea una horterada al uso de los tiempos que vivimos, antropológicamente no son ningún disparate, y están divinas.
La receta
Cómo ya indiqué anteriormente, vamos a proceder a hacer una masa de tamales.
Ponemos las hojas de maíz a remojo en agua caliente para poder trabajarlas sin que se rompan.
Batimos con las varillas de minipimer la manteca a punto de nieve (debe estar a temperatura ambiente para estar maleable) y vamos poco a poco incorporando la harina de maíz y el caldo de pollo. Hay que manejarla poco a poco e ir incorporando caldo hasta lograr una masa casi cremosa. No es muy agradable probar una masa cruda, pero hay que hacerlo para corregir el punto de sal. Incluso hay quién pone una cucharada de levadura Royal para que esponje un poco, pero bueno, con la grasa de cerdo ya quedan ligeras.
Ahora empiezan las diferencias.
Freímos la cebolla cortada en fino hasta que coja un poco de color. Añadimos una cucharada de pimentón y retiramos del fuego.
Freímos la cebolla cortada en fino hasta que coja un poco de color. Añadimos una cucharada de pimentón y retiramos del fuego.
Picamos la albahaca fresca y la incorporamos a la masa, junto con la cebolla y el vasito de leche, moviendo bien para que se reparta todo de forma homogénea.
Para hacer los paquetes, en vez de untar las hojas con la masa, vamos a hacer unas bolas que depositamos en una hoja. Se aplasta un poco hasta darle la forma deseada, se envuelve y se deposita al revés sobre otra hoja que a su vez se dobla hasta lograr los paquetitos que ven en la foto. Luego se ata con un cordel de bramante y se sumergen en agua hirviendo durante 20/25 minutos.
Personalmente yo prefiero ponerlas a cocer al vapor porque siempre el riesgo de que pueda entrarles agua se evita, pero la tradición dice que se han de cocer en agua hirviendo.
Se habrán percatado de que no llevan relleno como los tamales, pero les aseguro que el sabor del cilantro es delicioso y colma los sentidos.
Nosotros las comimos acompañadas de Ensalada chilena y desde luego fue una fiesta gastronómica inolvidable.
Un vino para plato
En realidad la masa puede acompañarse de cualquier vino, pero la albahaca ya plantea algún problema, de modo que más vale ir a lo seguro, a un vino blanco afrutado. Un tinto joven también puede funcionar, así que decidí probar un Mencía de El Bierzo con 6 meses de barrica, el Pittacum, un vino ya consolidado y que siempre da alegrías. En esta ocasión era un poco complicado, pero el resultado fue muy divertido porque la fruta mantenía el tipo y el maridaje resultaba espectacular, eso sí, fresquito, a unos 14ºC.