Quiche de ortigas
Publicado en el diario Diario El Comercio, año 1997.
Desde hace unos años no hay restaurante en Asturias que no prepare su solomillo al Cabrales, lo cual no está del todo mal porque implica promoción de nuestros productos, pero coño, hay que tener un poco mas de imaginación, que se van a creer los visitantes que nos hemos quedado lelos con tanta meningitis.
En cuanto a las ortigas son una verdura exquisita, con un sinfín de aplicaciones terapéuticas y encima gratuitas, sin embargo en Asturias apenas hay quien las recolecte y menos aun quien las cocine.
De lo que es una quiche ya adelanté que es receta francesa, de las regiones del norte, de Alsacia y Lorena, que es la mas famosa, y se pusieron de moda en toda la hostelería gala a principios de siglo, por lo que nuestras abuelas, cuando volvían de tomar las aguas en Cestona y Biarritz, atiborraban a las visitas a quiches, que quedaban muy “fisnas”, cosmopolitas, y además eran bastante baratas y fáciles de hacer.
Hay dos versiones, una lleva base de pasta quebrada y la otra va directamente al aire. Esta segunda es mas fina y mas rápida de hacer, pero exige encontrar el punto justo de cocción.
Vamos a ver la primera y así podemos elegir.
La receta.
Elegimos un molde antiadherente de tarta de media altura y lo untamos generosamente de mantequilla. Mi tía Marina hace unas quiches de un palmo de altura, pero ya son virguerías.
Extendemos una fina capa de masa quebrada (se vende congelada), se pincha bien para que no levante, ponemos unos garbanzos mojados con el mismo fin, y horneamos durante una media hora, hasta que quede bien tostada.
Mientras preparamos la quiche en sí.
Las ortigas se deben hervir previamente en agua con abundante sal para poder manipularlas sin riesgo a urticarse, luego se pican en fino y se ponen en un bol.
Se añade el queso bien desmenuzado, los huevos, la nata, la levadura y un poco de sal y pimienta. Batimos bien con el agitador de varillas y reservamos.
Cuando la base de pasta esté ya fría, volcamos el contenido del bol y llevamos rápidamente al horno que deberá estar bien fuerte, a unos 200º o 220º C.
Pronto veremos como empieza a subir y al cabo de unos veinte minutos ya presentará un bello color dorado por la superficie.
Para comprobar el punto se puede meter una aguja de tejer que deberá salir limpia, pero lo mas importante es que durante los primeros veinte minutos no se debe abrir el horno bajo ningún concepto, salvo riesgo de incendio, inundación, algarada u otro accidente impropio de una cocina como Dios manda, claro está.
Se debe comer caliente, pero incluso algunas después sigue estando deliciosa.
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