Repostería asturiana
Quiero empezar por contarles, me refiero a los profesionales del gremio de confiterías y de paso a los de cualquier otro sector, que ciertas críticas donde se denuncian conductas poco éticas de algunos miembros del colectivo, no solo no son perniciosas para los buenos artesanos, si no que a falta de un colegio que pueda regular ciertos desmanes (entre médicos, abogados o arquitectos, una falta grave que vulnere su código deontológico, puede costar la expulsión de dicho individuo, y hasta costarle la carrera), esta puede ser la mejor forma de colocar a cada cual en su sitio.
Asturias tiene una de las histórias mas gloriosas de España en el campo de la repostería, quizás porque seamos muy llambiones, o porque a finales del siglo pasado, cuando el azúcar era un bien escaso, como el Principado contaba con una gran cantidad de indianos cubanos, pues la materia prima nos sobraba a raudales.
La fama de las confiterías asturianas recorrió el país de cabo a rabo, y, antes de la guerra civil, y aún después, a pesar de las escasas vías de comunicación, en muchas casas burguesas de Madrid, era signo de distinción sacar una bandeja con Carbayones de Camilo de Blas, Bartolos de Laviana, Princesitas de La Playa, Carajitos de Salas, Moscovitas de Rialto, Casadielles de hojaldre, Maranuelas de Candás, Tocinillos de Grao, o por supuesto los finísimos bombones de Peñalba.
Todo un derroche de dulcería que salvo en capitales tan elegantes como Jerez, Barcelona o San Sebastián, en ningún punto de la penísula se podía encontrar.
Luego llegó una multinacional de origen francés con un siniestro invento que consiste en una serie de saquitos que indican: Croissants, Petits Choux, Crema pastelera, Brioche, etcétera, y un manual de instrucciones según el cual hasta el mas cerril ranchero de cuartel puede crear toda una oferta de repostería, y a partir de ahí el asunto se torció en buena medida, porque hasta algunos buenos artesanos pensaron que con trabajando con mantequilla de la buena, no podían competir en precio con aquellos pasteles de polvo.
Afortunadamente la guerra no se perdió, aunque sí muchas batallas, y gracias a Dios aun en Asturias hay excelentes confiterías donde se preparan Charlotas, Gijonesas, teresitas y otras golosinas, con resultados tan exquisitos como los de la propia Fauchon parisina.
¿Les parece a ustedes justo, señores pasteleros de harina castellana y mantequilla de vacas, de avellanas asturianas y almendras de Valencia, de azúcar glass y mesa de marmol, que por el éxito de un invento basado en aditivos industriales, ustedes tengan que justificar el precio de sus productos ante cada cliente?
¿Realmente les parece que esos otros reposteros son realmente colegas, y que solidarizándose con sus protestas cuando se les desenmascara, defienden ustedes los mismos intereses que ellos?
Particularmente creo que no, pero este es un asunto de su gremio, y lo que a mí me compete es valorar gastronómicamente los productos y servicios, y transmitir esa información a los lectores de EL COMERCIO.
Ese es mi deber y mientras el cuerpo aguante y la dirección lo permita, es lo que pienso seguir haciendo, porque una vez mas, me sitúo del lado de los consumidores, y no del corporativismo.
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