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Productos light

 

Diario El Comercio año 1998. Corregido e ilustrado en enero 2010.

 

Para ilustrar este asunto, voy a contarles una anécdota que le sucedió a un amigo mío, propietario de varios negocios relacionados con el sector de la panadería industrial, y cuyo nombre prefiero no citar por ser persona muy conocida en los foros alimentarios.

Abrió una cadena de croissanterias en Nueva York y, yendo el negocio viento en popa, un día, cierta revista de consumo, publicó el brutal contenido en colesterol que contenían esos bollos y, sin más dilación que un suspiro, de la noche a la mañana, se encontró con una caída en las ventas del 90%. ¡La ruina!
Hombre de recursos y conocedor del sector, sabía que para el gran público, la calidad es absolutamente secundaria y que lo importante es la imagen, así que eliminó las grasas para evitar nuevas denuncias, puso salvado y esas cosas integrales, y rebautizó su cadena como expendedora de «croissants lights».
«Bendita crítica, me confesaba, porque ni borracho hubiera podido imaginarme el dinero que iba a ganar con esa porquería».
En fin, son cosas del marketing, pero ¡Ojo!, hasta cierto punto, porque lo que no se puede es tomar el pelo al consumidor.
Pongo un ejemplo con nombre y apellidos: Philadelphia ligth, un queso fresco anunciado en todos los medios dietéticos a bombo y platillo, y que en realidad está elaborado con nata añadida, y 45% de materia grasa, lo que según la legislación vigente, viene tipificado como «queso graso».
Obviamente en el envase no especifica su potencial energético, pero así, a vuela pluma, yo calculo que debe andar sobre las 300 Kcal./100gramos, o sea que de régimen, salvo que sea para anoréxicos, ¡nanay!
Y aquí vamos al fondo de la cuestión: todo producto que se comercialice bajo una imagen de régimen, debe no solo indicar para qué está indicado y para qué desaconsejable, y adjuntar una tabla con sus contenidos alimenticios básicos (valor energético, proteínas, carbohidratos (incluso especificando los azúcares para los diabéticos), grasas, fibra, sodio (para los hipertensos), etcétera).
¿Cuantas veces cogemos un producto distinguido como dietético por tener bajo contenido en colesterol o sin sal, y sin embargo es una bomba de calorías, o viceversa?
Y no digamos ya los departamentos dietéticos de las grandes superficies, donde, en un mismo estante, se mezclan los preparados hipercalóricos para deportistas, con los hipocalóricos de dieta, y así no es de extrañar que haya señoras que digan aquello de: «Huy, pues yo compro unas galletas de régimen riquísimas, pero no adelgazo ni a tiros».
Es cierto que en países como Estados Unidos las cosas ya han llegado a extremos que rayan en lo grotesco, y hacer la compra doméstica en Nueva York se asemeja más a un recado de botica que de comida, pero el consumidor tiene derecho a saber lo que va a ingerir, y prueba de ello es ya la mayoría de los precocinados llevan impresa en el envase, la citada tabla.
Así que ojo con los que no, porque, del mismo modo que ese queso light del que hablaba antes era una bomba de calorías, lo más probable es que lo que tengamos en las manos sea otra atrocidad dietética.
Francamente, para vivir con esta zozobra, es mejor zamparnos un buen bocata de chorizo frito, que por lo menos está de muerte. Eso, o uno de nuestros guisos de La Dieta de la cuchara, que es lo mejor, lo más sano, rico, variado y hasta divertido.

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Escrito por el (actualizado: 18/06/2014)