Mahonesa y salmonelosis
Aunque parezca una barbaridad y pidiendo perdón de antemano a aquellos lectores que se puedan ver afectados por alguna de estas dolencias, podemos afirmar que la salmonelosis ha sido para las empresas fabricantes de mahonesa, lo que el SIDA para las de preservativos, es decir: una bicoca.
Y es que contar con el apoyo gratuito de toda la administración para vender tus productos a un mercado temeroso de Dios, el del SIDA y de la salmonella, eso es marketing y lo demás es cuento.
Ni la cosa es tan negra como la pintan, ni la solución tan milagrosa como la venden, porque si se tiene el cuidado suficiente y se toman las debidas precauciones, ni padeceremos de salmonelosis por comer mahonesa casera, ni nos contagiaremos de SIDA por no utilizar preservativos.
Sin embargo aunque consumamos salsa de bote, si las condiciones higiénicas del lugar son tan deplorables como se suelen encontrar en no pocos chiringuitos veraniegos de esos que salen con el calor, estaremos expuestos a padecer el terrible mal, al igual que les ocurre a los desaprensivos que frecuentan los barrios chinos, por mucho que se pongan preservativos hasta en el escapulario.
Pero resulta mucho más barato para la administración amenazar a los hosteleros con penas millonarias y hasta de prisión, si provocan una intoxicación y la mahonesa no posee su propio seguro de responsabilidad civil, que educarles para que puedan trabajar sin riesgos y a la vez, dando calidad gastronómica.
A su vez los restauradores se curan en salud alegando que la normativa vigente les obliga a consumir este producto prefabricado, y así se ahorran el trabajo de tener que elaborarlo, mantenerlo bajo control higiénico y perder dinero cada vez que tienen que tirar un par de litros de salsa a la basura, porque ha pasado el tiempo de seguridad.
Creo que todos los amantes de la buena mesa despreciamos una salsa de bote por muy higienizada, desbacterizada y homologada que esté y donde haya una buena salsa casera, hecha con el toque del cocinero experto que sabe cuando prepararla con un aceite virgen de Baena para hacer un aromático alioli, con un vinagre de jerez para sacar una vivaracha tártara, con un chorro de limón para realzar un pescado, o con un poco de mostaza para tomar con unos espárragos, que se quiten esos inventos que las multinacionales sacan para permitir que en las cocinas públicas puedan trabajar albañiles de la alimentación, en vez de artesanos que para llegar a ponerse un gorro de chef, antes deberían haber tenido que manchar muchos delantales de marmitón.
Pero así son las cosas, y poco a poco nuestra administración va consiguiendo que nuestra gastronomía se vaya minimizando y acercandose mas y mas al fast-food gringo, al burguer o al steak house, a la pizza con harina de trigo transgénico, o la higiénica baguette.
Luego pasará como con los quesos, que mientras aquí se estaban metiendo multas salvajes por no pasteurizar la leche, en Francia esa práctica ya quedaba para los quesos industriales. Vaya usted a decirle ahora a un quesero artesano que ya no pasteurice, despues del último palo que se llevó.
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