José L. Ferrer
José Luis Ferrer
Bodega: José Luis Ferrer
DO: Binissalem-Mallorca
Uvas: 53% Mantonegro, resto Cab. Sauvignon, Tempranillo y Callet
Crianza: 12 meses de roble americano y un año de botellero
P.V.P.: 9 €
Extracto del libro La Bodega en casa y sus maridajes, del que pueden ver más pinchando en +
Un tinto mallorquín
Tenemos una imagen muy estereotipada de esta maravillosa isla, y la verdad es que su costa ha sido realmente colonizada sin piedad por el turismo, pero aún queda el interior, donde la especulación también ha hecho estragos, pero donde aún se puede vivir la auténtica vida payesa, la verdadera Mallorca, una isla en la que, desde tiempos inmemoriales, se elaboró vino de calidad.
En las suaves laderas que rodean la cara sur de la Sierra de Tramontana, se encuentra Binissalem, un pueblo que hay que visitar, no solo por su historia y el encanto de sus casas, sino por los viñedos que cubren sus campos, con variedades autóctonas como la Manto Negro, obligatoria en todos sus vinos. Allí se ubica el centro neurálgico de toda la actividad enológica de la región y por supuesto esta bodega.
Esta es la bodega que luchó contra viento y marea en los años difíciles de la posguerra y la posterior invasión turística, porque en aquellos lejanos años sesenta y setenta, España solo bebía vinos de Rioja, y los autóctonos eran considerados como morralla, vinos para el granel y el menú del día.
A pesar de ello, la familia Ferrer siguió luchando y hoy es un referente, sobre todo en tipicidad, porque lo más interesante para nuestra bodega es tener diferentes vinos, con los rasgos peculiares de cada región.
No son vinos espesos, sin duda porque la variedad es así o porque los bodegueros quieren mantener el perfil de siempre, pero a la vez este es un vino aromático, con una madera notable pero bien integrada y que permite reconocer la fruta de la Manto Negro.
Con qué disfrutar de este vino
Había pensado poner un conejo guisado al estilo mallorquín, pero luego comprendí que si bien era un maridaje esplendido, a la vez era un tanto complicado para hacer en casa, además de que mucha gente repudia el conejo, y encontrar uno de caza tampoco es tarea fácil.
Así que fui a lo fácil, porque este es un plato que asocio a las comidas de barín de pueblo, bajo una parra en verano, y la verdad es que acerté (si no, no lo recomendaría), porque el fuerte sabor del ajo hace que el vino se muestre más vigoroso, más alegre, y al final coincidimos con que, de todo lo que había en la mesa, con el pollo al ajillo era con lo que el vino hacía mejor pareja.
También pusimos unas tostadas con sobrasada de porc negre a la brasa, y ni que decir tiene que nos encantaron, porque el vino, a pesar de tener mucha personalidad, lo cierto es que aguanta sabores tan radicales como el de la sobrasada, pero también respeta otros más sutiles como los algunos patés de caza que habíamos puesto.
Claro que tampoco es un ejemplo muy válido, pero fuera de aquella merienda, yo lo he probado con carnes más suaves, y va perfectamente, sobre todo con el cerdo ibérico fresco hecho a la brasa.