La magnífica pareja que hacen la Tempranillo y la Cabernet (los grandes riberas, incluido Vega Sicilia, se hacen así), en el Somontano, donde no tienen porqué respetar las prohibiciones de Rioja (está prohibido usar Cabernet en esta DO), dando resultados magníficos, de hecho casi todas las bodegas trabajan en esta línea.
La altitud, el suelo pirenaico, el terruño en general hacen que la Tempranillo se comporte de forma diferente a otras regiones, y más aún la Cabernet, que apenas huele a pimientos pero da mucha estructura, por eso son vinos con una personalidad muy propia, y Enate es la bodega que más busca la calidad en la zona.
Lentejas con manos de cerdo, con un tinto del Somontano
Es un plato que requiere mucha atención, no solamente porque resulte
delicioso y nutricionalmente supersano (las manos de cerdo no contienen grasa, solo colágeno, que es una proteína, pero con aspecto gelatinoso, lo que aporta al guiso un aspecto impresionante), sino desde un punto de vista organoléptico, aunque lleve un poco de chorizo, las grandes proporciones de hierro que contienen las lentejas (tres veces más que la carne de vaca y más proteínas que el queso emmental), hacen que apenas se note el ahumado del pimentón, por lo que respeta perfectamente la crianza de los vinos tintos.
MARIDAJE
En España existe un rechazo atávico hacia estas legumbres, quizás porque nos obligaban a comerlas de niños (cuando Franco, claro, ahora comen pizzas), pero son una verdadera delicia, bien acondicionadas, obviamente, no como en la mili. Se cuenta que el gran Frédéric Delair, inventor de "Potage Tour d'Argent", que no era otra cosa que un puré de lentejas, cuando se lo dio a probar con toda pompa al Gran Duque Wladimiro de Rusia, constató que la gran duquesa seguía hablando por los codos, entonces se acercó, le retiró el plato y le espetó: "Alteza Imperial, cuando uno no sabe comer un plato como este, con el debido respeto, es mejor no pedirlo." En Francia se sirven como guarnición de las manos de cerdo, pero a mí me parece que así, en guiso, son el colmo. No requieren de vinos poderosos, al contrario, la virtud está en el equilibrio, sin exceso de maderas, que se ven reforzadas por la legumbre y pueden resultar molestas, pero con la frutosidad justa para que, después de los sabores metálicos, se realce y el vino gane en intensidad aromática sin llegar a ser empalagoso. Ya digo que es un regalo para el vino, no sé como las bodegas no acostumbran a ponerlas a sus invitados, porque es de lo más resultón.