Huevos revueltos
Hacer un revuelto es de lo más sencillo, sin embargo en raras ocasiones logramos comerlos realmente cremosos, aunque en muchos hoteles sigan el truco americano de poner un poco de leche mientras se baten.
En realidad el único secreto radica ahí, sencillamente en que no hay batirlos.
Cuando hacemos una tortilla si es preceptivo hacerlo para conservar cierta homogeneidad en la masa, pero cuando se hacen revueltos es muy fácil hacerlos de esta otra forma y así conseguir una extrema cremosidad solo con la yema poco cocida.
El truco consiste en esto.
Calentamos la sartén para evitar que se nos peguen los huevos.
Añadimos un poco de aceite para manchar el fondo, o mucho, según nos guste que sepan más o menos al aceite de oliva.
Retiramos del fuego y cascamos los huevos directamente en la sartén, como para hacer los fritos.
Con una cuchara de madera o teflón, removemos la clara procurando no romper las yemas. Es importante que la clara se cuaje por completo, porque es muy asqueroso encontrar trozos de clara cruda en el plato.
Hay que poner y retirar del fuego según se vaya cuajando y, cuando ya esté toda blanca, rompemos las yemas y revolvemos.
El punto ya se lo cada cual a su gusto, ya que a todos nos gusta la yema casi cruda, como en los huevos fritos, y en este revuelto aportará una cremosidad exquisita.
Podemos cuajarlo hasta donde nos guste, incluso dejarlos completamente hechos, pero para eso no hace falta tanto rollo.
Según queramos poner uno un otro sabor, es importante contar con el líquido.
Si por ejemplo los hacemos con espárragos, conviene secarlos bien y hasta freírlos previamente en otra sartén para que nos encharquen el revuelto.
Si por el contrario ponemos Parmesano, lo rallamos previamente y lo añadimos por encima de los huevos mientras estamos cuajando las claras.
A los huevos no les gusta el vino, o mejor dicho, a los vinos no les sientan bien los huevos, y el motivo es que estos tiene una gran concentración de azufre que revienta el sabor de los más poderosos reservas.