Croquetas caseras
Yo creo que la croqueta es la materialización del recuerdo materno, un vínculo subconsciente del seno, de la dulzura femenina de los días de lactancia que, ya de adultos y sin conocer a Freud, nos remueve un poco las entrañas, quizás sin saber porqué.
Por eso es tan importante hacerlas bien, porque cuando algún ranchero inmoral nos mete una de esas argamasas precocinadas y congeladas, con saborizantes que supuestamente recuerdan al jamón o al pollo, es un atentado tan grosero como destetar a un pobre mamoncete con pienso para gorrinos.
Lo más importante y, desgraciadamente difícil y engorroso, es hacer la bechamel, luego, el ingrediente que le da sabor, ya es tan sencillo como picar y añadir.
Las más deliciosas son las de carne de cocido.
Cuando mi madre preparaba su poderoso cocido, mi hermano y yo procurábamos no ensañarnos con el morcillo, porque si sobraba mucho, al día siguiente habría croquetas y eso sí que era una fiesta (mi madre hacía tres fuentes, una para mi hermano, otra para mí y otra para el resto de la familia, unas ocho o diez docenas).
Vamos con la bechamel
En una sartén antiadherente ponemos dos cucharadas de mantequilla, y tres de harina de trigo, a ser posible de repostería.
Llevamos al fuego y removemos hasta que empieza a tomar un bello color dorado, apartamos del fuego y añadimos una tacita de leche templada, amasamos hasta conseguir una bola homogénea y volvemos a llevar al fuego durante unos minutos removiendo sin parar.
Repetimos la operación añadiendo esta vez dos tazas de leche (siempre fuera del fuego), removemos hasta homogeneizar la masa que ya será algo más cremosa y llevamos otra vez al fuego removiendo sin parar hasta que rompa otra vez a hervir.
Repetimos otra vez la operación, esta vez añadiendo ya el resto de la leche. Ahora, cuando lo llevemos de nuevo al fuego, deberá dar tres hervores, dejando un tiempo de reposo entre uno y otro.
Esta es la forma tradicional de hacer una bechamel, pero mi mujer no se anda con tantos rodeos, calienta la harina, le va echando la leche poco a poco, cuando está trabada le da un hervor largo removiendo sin parar y luego la pasa por un colador para eliminar los pequeños grumos. Y está deliciosa.
Cuando esté lista, añadimos las carnes bien picaditas, removemos y dejamos enfriar.
Es conveniente hacer la masa de un día para otro, enfriándola en la nevera, así tira más y se manipula mejor. Incluso, una vez hechas y empanadas, deben dejarse unas horas en la nevera para freírse mejor.
También se pueden congelar para aprovechar más el trabajo, sobre todo si somos pocos en casa.
Para el empanado, ya bien frías, se les da la forma con la ayuda de dos cucharas, se pasan por huevo batido, luego por pan rallado, se dejan reposar de nuevo un par de horas en la nevera, como ya he indicado, y se fríen en abundante aceite de oliva bien caliente.
Si es usted un croquetodependiente, como yo, o como cualquier gastrónomo que se precie de tal, pínche en el artículo Croquetas caseras y en las recetas Croquetas caseras, de cigalas , de pollo, y de jamón y caseras, leerá detalles que le traerán gratos recuerdos de infancia.
Un vino para cada plato
Para comer una croqueta con conocimiento de causa, hay que tener en cuenta tres premisas: hacerlo de pie, cogerla con los dedos y acompañarla con una buena cerveza fresquita, porque la croqueta es un pincho, una golosina, una tentación. Comerla con cuchillo y tenedor, sentado en una mesa y no digamos ya hacerlo con agua o algún refresco, es como comparar hacer el amor con una bella señora, con que te extraigan semen para una inseminación artificial. Para un ranchero sin escrúpulos ni sensibilidad, el resultado será el mismo, pero para la gente como Dios manda, no, que no, que no es igual.