Tailandia (ราชอาณาจักรไทย), antiguo reino de Siam, forma parte de esa gigantesca península conocida como indochina, sabiamente bautizada así por los franceses ya que se encuentra precisamente entre ambos colosos y ha recibido durante siglos, por no decir milenios, las influencias culturales de ambos lados, y por supuesto gastronómicas.
La palabra
thai (ไทย) significa 'libre' por lo que, aunque sea ortográficamente incorrecto, prefiero usar ese vocablo al castellanizado “Tai”, que no quiere decir nada (pueden leer más en la receta de
Arroz Thai ).
También es el nombre de la etnia que colonizó estas tierras al huir de China hace más de dos mil años (su nombre primitivo, antes de ser anglofonizado, era Prathet Thai (ประเทศไทย), que significa “Tierra de gente libre”).
Con todo este inútil derroche de erudición solo quiero hacer un apunte del carácter de este país, donde la buena vida es casi una religión, no solo en lo tocante a los asuntos de la entrepierna, sino también a la comida.
A diferencia de la rigidez de las tradiciones japonesas, en Thailandia la cocina es ecléctica, desenfadada, divertida, colorista y cualquier influencia externa, si está rica, pues es bien venida.
Gustan mucho de las frutas y verduras, también de mariscos, pescados, pollo y cerdo, pero sobre todo de las especias, porque este es un país exuberante en todo. Entrar en un comedor thailandés es como hacerlo en un invernadero de flores exóticas, todo color, todo alegría, un lujo extremo basado en la naturaleza, por eso sus platos han de ser así, voluptuosos, desenfrenados, coloristas ... y picantes como su puta madre, porque yo he llegado a quemarme la boca con unas guindillas criminales llamadas prik ki nou, una verdadera animalada.
Yo prescindo de ese detalle, porque estoy un poco delicadito, pero no renuncio a ese jardín de perfumes, así que compuse un abanico aromático que resultó delicioso.
Van a preciar muchas coincidencias con los
Rollitos vietnamitas, de hecho bien podemos decir que el origen de este plato es de su país semivecino y hasta las obleas de arroz que usamos (se suelen llamar papel, pero es una chorrada), proceden de Vietnam pero como ya apunté en la citada receta, el contenido de los rollitos es infinito, así que a estos les llamé así para variar.
De hecho los más típicos o pintorescos, ponen la gamba entera dejando la colita fuera, pero para que resulten sabrosos, deben freírse, algo que no he conseguido nunca hacer (al parecer hay que barnizarlos con huevo batido, pero como he leído tantas mentiras en las recetas que circulan por la Red, pues ni me he molestado en probar, y eso que mi mujer es celiaca y por lo tanto no puede ni acercarse a los rollitos primavera de harina de trigo)
Si quieren conocer recetas auténticas y no esas horteradas que suelen colgar en su blog algunas moninas de esas que han visitado ese país en su luna de miel con Viajes El Corte Inglés, les aconsejo que miren
http://bottu.org/recettes_ndx.htm
La receta
Lavamos y cortamos muy finita la col china. La echamos a un bol grande y reservamos.
Añadimos el bote de brotes de bambú bien escurridos.
Pelamos y rallamos las zanahorias, y las ponemos con el resto de vegetales.
Hacemos lo mismo con el bulbo de jengibre fresco y el cilantro. Conviene conocer la fuerza aromática de ambos ingredientes y los gustos de los comensales, porque son muy potentes y si nos pasamos, pueden disgustar a alguno.
Partimos el aguacate al medio, retiramos el hueso, sacamos la pulpa y la picamos al tamaño de un garbanzo. Al bol.
Salpimentamos todos, rociamos con el zumo de la lima y removemos bien para que no quede nada sin aliñar. Así debemos dejarlo reposar una hora para que el ácido ablande las hortalizas.
Al momento de comer, cocemos los langostinos solo ese punto en que cambian de color, pero dejando crudo el interior. Cuando se puedan manipular, se pelan, se cortan en dados y se incorporan al relleno.
Las obleas de arroz deben remojarse en agua caliente durante unos segundos, solo unos segundos, porque sino se rompen por mil pedazos. Extendemos un paño húmedo, colocamos encima una hoja remojada, ponemos un par de cucharadas de relleno (cuando hagamos la primera ya veremos la cantidad que más nos gusta, aunque conviene no poner mucho porque la masa debe cerrarse sobre sí misma para aguantar mejor el vapor), y enrollamos dando la forma que más nos guste (triángulos, rollitos, sobres...).
Es importante disponer de una olla vaporera de acero (o cualquier material que se pueda poner al fuego), y de otras dos de bambú. La jugada es montar el aparato de vapor y, sobre el accesorio perforado, colocamos las de bambú para calentar nuestros rollitos. De esta guisa, cuando estén calentitos, se saca esta última y lleva a la mesa como pueden ver en la foto de la derecha.
Antes de poner los rollitos hay que barnizar de aceite las rejillas para que la masa no se pegue y se destroce al sacar cada pieza. También hay que coger el truco de la temperatura porque el agua debe transmitir el calor, pero sin apenas soltar vapor, ya que este nos fundiría los rollitos. Vamos, que es un trabajo de chinos, en este caso de tailandeses, que también se lo curran.
Lo más fácil es encontrar pareja para este baile, porque cualquier vino blanco joven español le va como anillo al dedo, siempre y cuando sea de buena calidad, claro. La variedad y procedencia van al gusto del consumidor, Albariño, Godello,Treixadura, Verdejo, Rías baixas, Ribeiro, Rueda, Valdeorras..., todos nos harán disfrutar de un rato inolvidable, eso sí, les aconsejo vivamente que consulten nuestra sección Vinos blancos jóvenes, porque no todo el monte es orégano, sobre todo en Rueda, donde el CRDO certifica cada pócima que nos puede arruinar la fiesta. Por ejemplo el Viña Mein es siempre una apuesta sobre seguro.