Pisto de calabacín
Noviembre 2008
La verdad es que a veces, cuando uno menos se lo espera, intentando incluso hacer un plato de rancho, como me sucedió el otro día que solo quería comer unas verduras viudas, la fortuna te sonríe y, sin pensarlo, te sale un plato tan exquisito que a partir de ahora estará presente en mis próximos recetarios.
La combinación de los sabores dulces de la zanahoria y la echalota, junto a los perfumes a huerta que desprende el calabacín, es tan armónica y profunda, que bien se puede afirmar que gana en intensidad a cualquier guiso de carne por muy logrado que esté.
La receta
En una sartén ponemos a freír las echalotas cortadas finas, y los ajos picados menudos.
No deben llegar a coger color, ese es el truco para que este tipo de cebolla desarrolle todo su sabor dulce.
Pelamos las zanahorias, las cortamos en rodajas gruesas, como de un centímetro, y las ponemos a rahogar en una cazuela de fondo antiadherente.
Lavamos los calabacines y los cortamos en rodajas el doble de gruesas que las zanahorias, y los agregamos a la cazuela, por encimas de las zanahorias.
Volcamos el resto de la sartén por encima (ahora ya con las echalotas y el ajito, ya que de momento quedan encima de todo, y luego cuando se revuelva, ya habrá agua de vegetación que impide que se frían mas), tapamos la cazuela, y dejamos cocer a fuego mínimo durante un cuarto de hora.
Pasado este tiempo y sin destapar, movemos la cazuela para que todo se revuelva bien y los sabores se vayan compenetrando.
Debe seguir haciéndose durante una media hora a fuego muy moderado, controlando de vez en cuando como va de líquido del guiso, porque como solo tiene el que suelta el calabacín, pues se puede quemar todo el invento en un santiamén.
Al final probamos y rectificamos de sal, aunque con precaución porque requiere muy poca y siempre comino, es un toque oriental divino.
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