Bogavante a la americana
No me gusta ser agorero, y con la amarga reflexión de la entradilla doy por zanjada la catastrófica visión sobre el futuro inmediato de nuestro querido Principado, pero es que sabiendo que las subvenciones europeas tocan a su fin, y a la vista de los brillantes proyectos que la administración prepara para la gastronomía, buenos brazos nos van a hacer falta para bogar hasta el 2000.
Pero mientras vemos como inexorablemente trabajan las parcas de la política asturiana, una buena idea podría ser aliviar las penas merendándonos un bugre, ya que ahora están en sazón, a buen precio, y que nos quiten lo bailao, que de gota murió Carlos I, y buena envidia que dió al resto de los españoles durante cuatro siglos.
¿Qué se puede decir sobre la gastronomía de los bugres y langostas, salvo que hay que tener el bolso bien llenito para poder obrar en consecuencia?
Pues por ejemplo el origen de la famosa receta «A la americana», que algunos dicen «A la armoricana», pero que en realidad es «A la provenzal», aunque debería llamarse «A la española».
¡Bingo!
En 1793, capitaneados por Barbaroux, entran en Paris los marselleses, «harapientos, morenos, con aspecto de bajeza y de crimen», como los describe Chateaubriand, y además de entonar El Canto de Guerra del Ejercito del Rhin (luego se llamó Marsellesa), llevaron a la cultura parisina una extraña comida sureña, «un espartano condumio: cebollas y tomates», y así la cocina provenzal se introdujo a golpe de sangre en toda Francia.
Jules Gouffé, cocinero del «Jockey Club» de París, preparaba las langostas con la salsa de su tierra, y bautizó la receta como «Provenzal», pero en 1853, Bonnefoy la copió, la adornó con Cognac, y la llamó Homard Bonnefoy.
Ya siendo este un plato famoso entre los gourmets parisinos, Pierre Fraisse abrió su restaurante a la americana (era la moda del Segundo Imperio), «Peter’s», americanizando todo lo que pillaba, y el «Homard Bonnefoy» pasó a llamarse «Homard a la Americaine», y con ese nombre triunfó ya definitivamente en todo el mundo.
Con el nuevo siglo, me refiero al veinte, llegó el patriotismo a la cocina francesa, y al gran Curnonsky, herido porque un plato tan glorioso y tan francés perdiese su origen por la gracia de un restaurador, se le ocurrió la solución de recuperarlo, diciendo que su verdadero nombre no era «Americana», sino «Armoricana», aunque en la Bretaña francesa no hubieran visto el aceite de oliva ni los tomates hasta ese día (al final de su vida reconoció públicamente el engaño).
¿Se comían ya antes en España los bogavantes guisados en salsa de tomate?
Probablemente, ya que este fruto se introdujo muy rápidamente en nuestras costumbres, y de hecho esta salsa se conoce mundialmente como «Española» (según los franceses), pero lo que sí es seguro es que, antes de que los gabachos admitiesen que este sublime plato debiera llamarse «A la Española» en vez de la «A la Armoricana», seguro que nos declaraban otra vez la guerra, y francamente, por un nombrecillo mas o menos, pues tampoco merece la pena (en el San Felix de Avilés lo ponen de cine).
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