Cocina erótica
Hoy es san Valentín y por tanto todos los enamorados habrán de corresponder con sus amadas convidándolas a una idílica cena romántica entre violines y jazmines, prolegómeno de una apasionada noche interminable que habrá de durar hasta el lunes cuando haya que volver a la oficina. Vamos, digo yo, porque ya que cae en viernes, pues habrá que sacarle partido.
Pero obviamente más de un rendido amante se preguntará: “¿Seré capaz de aguantar los quince asaltos? ¿Soy un auténtico corredor de fondo, o por el contrario solo debo dedicarme a los sprints?” y entonces aparecen los gilipollas* de turno hablando de la cocina afrodisíaca.
Desengáñense, no existe la comida erótica, sino la erótica de la comida.
Desde la época de las orgías (nunca el hombre ha sido tan hedonista como en Roma), los varones buscaron productos que mantuviesen su potencia sexual durante los varios días que duraba la fiestecita y, curiosamente, todos los comestibles que según ellos servían para tales fines, eran carísimos.
Caviar, ostras, hígados de oca, trufas del Piamonte, frutas exóticas traídas de Egipto, limaduras de cuerno de rinoceronte, etcétera, pero nunca se habló de las virtudes afrodisíacas de las lentejas o de los huevos fritos, y sin embargo la vitamina E (supuestamente la responsable de la actividad sexual) se encuentra en mayor medida en el hinojo, las zanahorias o la leche, que en los excitante productos citados previamente.
¿Donde está entonces el misterio?
Pues verán, resulta que el erotismo es un recurso humano desarrollado ante la falta de periodo de celo, y sobre todo ante la ocultación de los perfumes erógenos.
En aquellas especies en que la hembra solo se encuentra receptiva durante unos pocos días al año, los machos se pasan el resto del año haciendo el indio pensando cuando llegará el día soñado, y, claro, durante ese corto espacio de tiempo del celo, solo piensa en follar, follar y follar.*
Ni comen, ni duermen, ni ven, ni piensan, ni escriben artículos de gastronomía, solo piensa en cortejar a las hembras que lo acepten.
Hay unas sustancias llamadas feromonas que las hembras en periodo de celo desprenden a través de sus distintos fluidos y que el macho percibe mediante el olfato y se pone como una moto ( realidad no huelen, solo se perciben).
Pero el hombre, con tanto perfume, desodorante y desprecio hacia su origen animal, ha tirado todo eso por tierra y como cualquier día es bueno para hacer el amor, pues al final resulta que el muelle no funciona.
¿Donde está entonces la clave del erotismo?
Pues en la adrenalina.
¿Que es lo mas excitante de una relación amorosa?
La emoción, el misterio, el miedo al no, el deseo de descubrir las divinas formas que esconde ese traje de raso.
Una vez desnudos, los hombres y las mujeres perdemos todo el erotismo, somos como monos, pero pelones y descoloridos.
¿Como podemos entonces hacer una auténtica cena erótica?
Pues simplemente proponiéndonoslo.
Solo basta decir: “Cariño, como hoy es San Valentín ¿te apetece que hagamos una cena erótica?” y si la parte contraria lo acepta, pues ya empieza el juego.
Técnicamente hay productos mas excitantes que otros, por ejemplo el champagne es muy indicado, mientras que el anís del Mono resulta desaconsejable.
Las ostras, las almejas, y los espárragos son una deliciosa entrada, a condición de que no acentuar en exceso las provocativas formas de su ingestión bajo pena de caer en la ordinariez, que, dicho sea de paso es el mayor antídoto, contra el erotismo.
La velita roja, el escote amplio, la insinuación de un nuevo juego de lencería, la sospecha del leñazo que nos van a dar en el restaurante por la cenita de marras, ahí está la erótica de la comida. La concentración de vitamina E, no tiene nada que ver.
*Frases censuradas en el texto publicado. Tampoco me dejaron poner el retrato de Julie Christie. O tempora, o mores!
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