Cocinar con amor
No quiero terminar esta introducción a la obra sin hacer una recomendación fundamental: Para ser una buena cocinera o un buen cocinero no hay que tener dotes sobrenaturales, ni hacer un curso de alta cocina en París, ni haber nacido entre los pucheros, ni ser hijo de una afamada guisandera; simplemente hay que querer cocinar y hacerlo con cariño, con amor, hasta con pasión cuando se empiezan a crear recetas propias.
Es muy duro pedir ilusión a un ranchero que se gana la vida friendo salchichas en un mugriento snack de playa o al ama de casa que tiene que preparar cada día el desayuno, la comida y la cena para toda una familia con la única preocupación de que alcance el presupuesto hasta final de mes. Estos son los auténticos esclavos de los fogones, los que seguro que no van a leer este libro y a los que yo sin embargo se lo dedico.
Mi madre, q.e.p.d., cocinaba cada día en el restaurante, pero al llegar el fin de semana o durante las vacaciones de verano, cocinaba para nosotros, cocinaba para ella (aunque apenas lo probase), investigaba nuevos platos o actualizaba los que consideraba obsoletos y esos eran los pocos momentos en que yo la veía feliz y radiante.
La cocina, como todo arte u oficio, debe hacerse con ilusión o de lo contrario se convierte en una pesadilla.
Querer es poder, dice el refrán.
En las páginas que siguen intentaré dar los consejos oportunos para que cada receta sea asequible al lector profano, desde la más sencilla hasta la más barroca, si lo consigo será mi granito de arena en esta vasta playa que es la Cocina Española porque con un solo aficionado que se enamore de este arte, ya me sentiré pagado, si no, la culpa será solo mía por no haber sabido transmitir todo el amor que siento por este oficio; buena suerte en los fogones.
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