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Caldito de enfermos.

Caldito de almejas
 
Caldito de almejas
12 de Noviembre del 2005
 

Hace exactamente cinco meses, cinco, tuve que pedirles disculpas por el retraso en la edición de este divertículo ¡huy! perdón, quería decir divertimento periodístico (¿en qué estaría yo pensando?) y, recordarán ustedes, que fue más que justificado ya que el motivo no fue ninguna negligencia propia de la edad, sino una terrorífica diverticulitis aguda (¡ah! ya caigo en el porqué del lapsus), que me tuvo hospitalizado durante más de una semana. Bien, pues aunque suene a coña, aunque no se lo crean, aunque resulte de lo menos original, me acabo de pasar otra semanita a suero, antibióticos y calmantes, por culpa la maldita broma intestinal.

¡Qué males más malos!
¡Qué dolencias más dolorosas!
¡Qué sufrimiento más sufrido!
¡Qué putada!

De aquella, descarté que fuese una bruja ahitiana contratada por la ACOGE (Asociación de Comesopas y Oportunistas Gastronómicos de España), pero ahora, por si acaso, pienso visitar una meiga de San Andrés de Teixido que creo que hace maravillas y devuelve con propina el recadito al remitente.
De modo que si me entero de que alguna de mis ex mujeres o ex colegas, ingresa en algún hospital del reino con divertículos como melones, pues ya sabré quién fue el gracioso, que me ha regalado medio mes de TodoIncluido en el hospital de San Agustín, donde por cierto hay unas enfermeras monísimas.
Y de lo más competentes, porque a una media de 7,65 pinchazos diarios, calculo que me tiraron unos ciento quince dardos, y no fallaron ni uno.

Bien cierto es que la diana daba facilidades, pero bueno, reitero que las chicas de la 5ª Sur, son de lo más profesional y competente (más que nada lo digo por si en Abril, que se cumplen de nuevo los cinco meses malditos, me da otra otra vez la risa y alguna me está esperando con el rejón de castigo, por gracioso).

Bueno, todas menos una que me tiene tirria, pero a esa le voy a dar un susto que se le va a poner el pelo verde.
Dolores aparte, que no es broma, todo fue bien hasta que el galeno, Dr. Gutierrez, un virtuoso de bisturí (si a las enfermeras, que solo llevan banderillas, hay que hacerles la rosca, pues al cirujano que calza estoque, calculen), me dijo: "Bueeeeeeno, bueno, vamos a quitarle la Absoluta (así se llama esa dieta que debió inventar el Dr. Mengele cuando ejercía en Auschwitz, porque no te dan ni agua) y le vamos a poner una Líquida".

"¡Qué bien! piensa el incauto paciente (en este caso, yo), después de cinco días de ayuno total, me voy a tomar un reconfortante caldito. Qué apetecible", imaginando, lógicamente, esos que nos hacemos en casa cuando estamos un poquito delicados, los clásicos de recién parida (no hagan chistes fáciles), con su gallina, morcillo de ternera, zanahorias, puerros, apio, cebolla, azafrán, natural por supuesto, incluso con un huesito de jamón ibérico, que siempre alegra la vida. Qué rico. Qué bien sienta. Como alegra el espíritu una tacita de consomé, aunque esté clarito y sea lo único que vayas a ingerir hasta la cena.
No puedo describirles el vacío que sentí en todo mi ser cuando probé aquel pocillo de agua amarilla que me pusieron delante. Por no llevar, no llevaba ni un suspiro de sal, y eso que estando en Avilés, solo con dejarlo al aire, con la brisa marina, algo ya hubiera cogido.
¡Hay que ser cabrón para dar a beber semejante pócima a un ser humano!
Además ¡con lo fácil que es hacer un caldo! y más en un centro donde se manejan toneladas y toneladas de comida.
Si estos rufianes tuviesen un poco de dignidad, solo un poco de alma, si tan solo se molestasen en probar lo que guisan, verían las atrocidades por las que hacen pasar a los seres indefensos que sobreviven a duras penas en las plantas de ingresados.

Dicho sea de paso, el Avecrem que faltaba en el caldito de medio día, sobraba en el de la noche, que era pura salmuera, así que no se trataba de rigor médico para mi hipertensión, sino de pura mala sangre.

Y aquí me vino a la memoria una experiencia que tuve hace años en un barco mercante. El capitán me explicó la importancia de la gambuza, asegurándome que hasta había no pocos tripulantes que preferían peores sueldos, a cambio de navegar en buques que llevasen un buen cocinero.

Ahora concluyan: si un marinero, un hombre rudo y sano, que trabaja duro por un jornal y que por tanto, cuando llega al rancho, va dispuesto a devorar piedras, está dispuesto a sacrificar una parte de su salario a cambio de una buena comida ¿qué no supondrá para un pobre infeliz, que tiene que pasar encerrado en su habitación un día tras otro, quizás semanas, sin otra alegría que esas comiditas hospitalarias, que, en vez de algo mínimamente agradable, le sirvan una bazofia intragable?

Las compañías aéreas que han retirado de sus vuelos ese piscolabis que rompía la monotonía del trayecto, han experimentado un aumento vertiginoso de incidentes y ya se están planteando la rentabilidad de volver a las buenas costumbres para apaciguar un poco el pasaje.

No hablo de langostas ni de pescado fresco, un hospital tiene que mantener unos presupuestos draconianos, pero entre hacer un buen caldo y poner agua sucia, en una cocina donde se tiran toneladas de producto base, la diferencia de costo es insignificante, salvo que el encargado de tal menester quiera ahorrarse el sueldo de un cocinero y el que guise sea un pobre subsahariano que no sabe distinguir las angulas de los fideos porque en toda su vida solo ha comido “ayuda humanitaria”.
Hace algunos meses, bueno, seis años, me puse a régimen y descubrí que los caldos y las albóndigas son la panacea de las dietas. No voy a repetir mi tesis porque pueden leerla en esta web yendo a Albondigas para dieta, pero si se toman la molestia de hacerlo, no me negarán el avance que supondría para el bienestar de la Humanidad, que estos rancheros hiciesen lo propio y tomasen nota de esas cuatro ideas, que, dicho sea de paso, hasta les facilitaría no poco su trabajo a la hora de cuantificar calorías, nutrientes y demás parámetros imprescindibles en esa tipo de actividad culinaria.

Los humanos necesitamos de pequeños placeres para mantener las ganas de vivir, sobre todo cuando se está sufriendo como ocurre en los hospitales, porque hay que pasar una temporadita en uno de ellos para conocer la desesperación.
No le deseo mal a nadie, pero no les vendría mal a los dueños de las empresas de catering que abastecen estos centros, pasarse una temporadita probando su propia basura para que comprendiesen la magnitud de tal desatino.
Habrá quién me responda: “Para sí quisieran en Etiopía ese caldo infame”, pero de eso ya hablaremos otro día.

P.D. :De momento y ante mis quejas (si libre ya soy rompehuevos, imagínense lo que puedo llegar a ser encerrado), el gerente del centro se comprometió a organizar un seminario de cocina hospitalaria y la empresa de catering a financiar una fundación para la integración de la gastronomía en los comedores colectivos. Ya les mantendré informados porque puede ser emocionante.

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Escrito por el (actualizado: 27/07/2014)