Cuando comíamos bellotas
En Asturias ya no se recoge el sagrado fruto de los robles y alcornoques, ni para dar de comer a los gochos, y ya que estamos en un periodo de recuperación de antiguas costumbres, no estaría de mas que alguno de esos concejos que organizan jornadas gastronómicas en torno a la angula (francesa por supuesto), o al salmón (noruego, claro está), se esforzase un poco y mostrase lo que antaño fue un medio de subsistencia para los astures.
Les aseguro que con las bellotas se pueden hacer deliciosos guisos, sabrosos panes, y hasta una curiosa repostería.
Claro que conviene respetar ciertos preceptos para que aquellas sustancias que las hacen amargas, evolucionen hasta convertirse en almidón, y a su vez este, en azúcares.
Pero eso ya sería tema de un trabajo mas técnico y profundo, y como por estas latitudes es frecuente tomar lo gratuito sin dar tan siquiera las gracias, pues quien quiera saber como se trata el fruto de las encinas, que vaya a preguntarselo a los pastores extremeños, que allí todavía las comen.
Y bien ricas que están, aunque solo sea asadas en los rescoldos.
Hasta hay una incipiente industria conservera que hace mermeladas, dulces, y licores con ellas.
Pero para este aperitivo creo suficiente exponer el contenido mágico de estos frutos, y recordar las palabras de Extrabón narrando como se alimentaban nuestros antepasados astures: «Las tres cuartas partes del año, los montañeses se nutren solo de bellotas, que, secas y trituradas, muelen para hacer un pan que puede guardarse durante mucho tiempo».
Hasta diez días lo he conservado en casa en perfecto estado, y de no habérmelo comido todo, seguramente habría durado más.
Pero vamos con su parte mágica, que es la mas divertida.
Para empezar hay que tener en cuenta que el roble es el arbol sagrado en todas religiones druídicas, y no me refiero a los de Asterix, sino a los de Zeus en Dodonia, al de Jupiter Capitolino en Roma, al de Ramowe en Prusia o al de Perun entre los eslavos.
Incluso entre los deistas tiene cognotaciones divinas, ya que Abraham recibió las reveleaciones de Yaveh en Hebron bajo un roble.
Por su magnificencia, es el eje tierra cielo, y por tanto su fruto es un don divino.
Además del simbolismo hermético propio a todos los frutos de cáscara, y de su representación órfica (el arbol hunde sus raices hasta los infiernos y a partir de ahí engendra frutos con la forma del huevo cósmico), la bellota tiene un significado propio vinculado a la virilidad debido a su forma de glande (en francés se llama «gland»), lo que sacralizaba aún más su presencia entre los hombres primitivos, que obviamente eran quienes se ocupaban de los menesteres religiosos de la comunidad.
Todavía hoy los cardenales llevan un par de bellotas adornando los cordones rojos de sus sombreros, aunque me imagino que su simbología, que desconozco, será otra muy distinta. Vamos, digo yo.
De sus virtudes salutiferas no puedo hablar por falta de espacio, pero no hay mas que ver lo buenos que se ponen los cerdos que las comen, así que algo tendrán.
Como verán, además del perdido recetario, en esto de las bellotas, hay mucha tela para cortar.
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