Castañas, una golosina
Reconozco que no desearía el oficio de castañera para mi hija o para mi madre, porque tragarse el otoño a la intemperie, con un foco de calor frente al vientre, y la espalda al aire, pues no es precísamente lo que recomiendan los médicos, pero lo cierto es que aquellos recuerdos de infancia, me trasladan a un mundo que era mucho mas sensual, mas vivo, mas próximo a la humanidad.
Hoy las condiciones de vida han mejorado para todos, afortunadamente, y no seré yo quién critique a las castañeras por trabajar con gas Butano en un chalecito prefabricado de madera, pero de lo que no cabe duda, es que no saben igual.
¿Traerán las catañas de California, o de Bosnia?
No lo sé, pero desde luego no saben a nada.
Hace pocos días, una colega de las letras gastronómicas francesas, y buena concedora y enamorada de los productos españoles, me increpaba porque en Alicante (todo arrancó porque otro compañero confundió Gijón con Jijona) fabricasen sus famosos turrones con almendras importadas de Estados Unidos. Inhodoras, incoloras e insipidas, como nos enseñaban a describir organolépticamente en el colegio a determinados productos químicos.
- «Pero ¿como es posible que no aprovecheis vuestros recursos? Teneis los mejores productos del mundo, y estais dejando que vuestra agricultura se arruine compitiendo en volumen y precio con multinacionales que os arrancan las variedades autóctonas para venderos clones manipulados genéticamente que morirán con la primera sequía. Es un crimen, pero cuando querais reaccionar ya sereis como Francia, otra nueva colonia de esos marcianos que dirigen las multinacionales de la alimentación.»
¡Ay Elisabeth!, si tu supieras ...
Al menos los valencianos tienen una floreciente industria alimentaria, aunque sea manipulando almendras transgénicas argelinas, pero Asturias, esta Asturias del alma, que tanto necesita crear mano de obra, que tiene las mas perfumadas nueces, avellanas y castañas del mundo, y que en vez de reordenar su campo y crear labels de calidad, importa esos frutos de sabe Dios donde, mientras exige subvenciones para la minería.
No estoy hablando de ir al monte a recoger un saco de castañas de las ruedan por los caminos, o un cestillo de nueces para que los críos se pongan las manos negras. Estoy hablando de limpiar esos castañedos, de curar y podar los árboles, de preparar los ejemplares mas sanos para producir semicontroladamente.
Incluso de adaptar las especies autóctonas para la explotación industrial, porque está claro que nunca podremos competir en precio con esas avellanas tunecinas que parecen albaricoques, o con las nueces californianas que cualquiera diría diría que salen de una máquina, pero sí que podriamos entrar por derecho en los mercados con un producto que dijese «Castañas de Asturias», y que garantizase que su sabor y aroma, arrasase en cualquier concurso gastronómico que se diseñase a tal efecto.
Mientras tanto, los gastrónomos nostálgicos seguiremos recordando con dulzura como, por una moneda de dos reales, las de dos cincuenta, las del agujerito, nos daban un cartucho de castañas con que calentarnos las manos y los bolsillos a la salida del cole, y de paso ponernos ciegos de aquellos tiznosos frutos dulces y tiernos, llenos de aromas a bosque, a otoño y a sensualidad.
El otoño altera las neuronas.
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