La Garona

En esta ocasión estamos ante el capricho de un abogado escocés llamado Grant Stein, a quién no sé porqué extraño sortilegio se le ocurrió hacerse una vivienda de verano a las afueras de Toro y levantar una hermosa bodega.

Desde el principio confió en Inma Cañibano, responsable hasta de la compra de las fincas, y desde luego el escocés tuvo buena vista, porque ladrillo a ladrillo y cata a cata, Inma ha consolidado esta bodega entre las más prestigiosas de España.

Si hace poco más de veinte años, cuando fuimos a catar los vinos de Toro para la recién creada D.O., hubiésemos probado algo parecido a este, yo creo que todo el comité de cata se hubiera quedado a vivir en Zamora, porque con lo que tuvimos que probar, nadie podía imaginarse que de aquellos pedregales pudiera salir algo tan fresco y afrutado.

Claro que lo que ha habido que trabajar hasta dar con la fórmula para equilibrar los grados de maduración, la madera necesaria para dar nervio y todo lo demás, solo Inma y sus colaboradores lo saben.

La Garnacha juega un papel importante en esa frutosidad que aparece en boca al primer sorbo, pero sobre todo es la complejidad de matices entre los que a veces salen minerales, otras frutillas negras muy maduras y cada poco, un recuerdo a especias dulces, como la canela, fruto sin duda del tostado de la madera nueva.

Aunque el precio no lo indique, este es uno de esos vinos para sentarse tres o cuatro amigos entorno a él, y degustarlo tranquilamente a palo seco, adivinando las diferentes percepciones que le llegan a cada cual, porque el abanico que vamos a encontrar, ha llevado a Andrés Proensa a darle un 91/100 (aunque la joya de la casa sea el Piedra Paredinas que es de los galácticos que acarician el tope de puntuación).

Una vez captadas todas las excelencias, ya podemos picotear un poco de queso zamorano, o unas orejitas de cerdo rebozadas, una especialidad de los bares de Zamora que, desgraciadamente, se está perdiendo por el trabajo que lleva prepararlas.

He recomendado un plato muy típico de la región que a simple vista puede parecer banal, pero les aseguro que en un crudo día de invierno, de esos que soplan en invierno por la meseta, comerse un buen plato de este sabroso guisote, te deja el cuerpo como un reloj, y, curiosamente, de las cosas más simples a veces aparecen grandes obras, porque la frescura y frutosidad de este vino, se vienen arriba con este humilde guisote que da cien mil vueltas a las famosas patatas a la riojana de Paul Bocuse, y el contraste de sabores hace que una comida de pobres se convierta en banquete de reyes.