Crema de calabacín
Les presento la crema de calabacín, una de esas recetas que un día tu mujer te sirve obedeciendo los consejos del endocrino y que, al probarla, te quedas perplejo hasta que dices: “¡Coño, qué bueno está esto!”
Hace tiempo que siento admiración por esta erótica curcubitácea que me trajo de cabeza mientras escribía el libro de La Cocina Masónica porque las calabazas aparecen ya en los escritos de la Antigüedad (estudio su simbología en este libro), pero por el contrario en no pocos sitios aparece como una planta traída de América. Ahora ya parece probado que se trata de una modificación de la calabaza confitera (Cucubita máxima), de la que derivó la calabaza común (Cucubita pepo) y de ella el calabacín que a su vez es una variante de la Cucubita pepo.
De todas formas esta erudición no conduce a nada porque ahora dicen que se da espontáneamente en los desiertos de Tejas y México, pero en Alemania y resto de Centro Europa no se empezó a consumir hasta bien pasada la II Guerra Mundial, prácticamente hasta los años setenta, mientras que en España está documentado que la utilizaban ya los árabes, así que todo esto es un cachondeo.
Lo cierto es que tiene muchas aplicaciones, desde como simple guarnición, dorada a la plancha con un poco de aceite y comino, hasta esa deliciosa Ensalada de calabacines y albahaca que encontré en un recetario australiano y que me enamoró.
Pero a pesar de todo ello he de repetir que esta crema supera todo lo probado anteriormente, así que desperécense y pónganse a los fogones, porque sí lleva algo de trabajo.
Preparación de la receta
En una sartén grande rehogamos el calabacín picado en dados y la cebolla en rodajas finas. Deben sudar un rato tapadas y luego dejar que se evapore el exceso de agua de vegetación.
Añadimos el caldo y la manzanilla, damos un hervor y lo hacemos puré con la batidora (debe triturarse muy bien porque el calabacín es blandito, pero no es agradable encontrar trozos en la crema porque parecen grumos).
Añadimos la nata, salpimentamos y perfumamos con un poco de nuez moscada. Llevamos de nuevo al fuego y dejamos hervir unos cinco minutos removiendo para que no se pegue.
Se puede conservar tres o cuatro días en la nevera, lo cual es muy cómodo porque a la hora de cenar basta con calentarlo, pero despacito, porque puede pegarse.
En la foto aparece con unas hojas de albahaca, pero también admite otras hojas frescas, como la menta o el cilantro, yo lo probé con este último y adquiría un curioso toque canario.