Conservas españolas
No solo de foie vive el gourmet.
Con las únicas excepciones del caviar y del foie, en todo el mundo, salvo en España, claro, las conservas son un simple recurso alimentario para las recién casadas, divorciados o jóvenes huidos del hogar, una forma de subsistencia para los incapacitados culinarios y los sin casa, una herramienta de rancho para días trágicos, un elemento mas en la mochila del excursionista, soldado o aventurero.
La presencia de una lata de conserva sobre una mesa implica una situación dramática, la miseria de nuestra civilización, el último salvavidas de aquel no sabe o no puede preparar algo comestible y tiene que abrir una triste lata de fabada o albóndigas con tomate. La antimateria del gastrónomo.
Cualquier aficionado a la buena mesa sabe que unos arenques a la crema, una choucroute, unas judías, una sopa, o la mas simple salsa, en cualquier bistrot de mala muerte, serán mil veces mas sabrosos que la mejor de todas las conservas.
Sin embargo en España las conservas no suplantan a las recetas de cocina, si no que son conceptos propios de gastronomía en sí mismos.
Mejillones en escabeche, berberechos al ajillo, navajas al natural, ventrisca de bonito en aceite, espárragos, alcaparras, berenjenas en vinagre, etc. no tienen equivalente culinario, son productos gastronómicos per se.
No sé si será por llevar la contraria o porque los frigoríficos nos llegaron muy tarde, pero aquí envasamos lo mejor de nuestros mares y campos.
Ya sean mariscos, pescados, hortalizas, frutas o incluso aves, cuando hay algo realmente excelso, lo metemos en una lata y lo guardamos para deslumbrar a la familia y amigos en un día de fiesta.
“Vamos a abrir una latita de almejas” decía mi padre en fechas muy señaladas y aquello significaba la gran fiesta, con ritual incluido, porque había que saber poner la cantidad justa de vinagre para alegrar el sabor, tenían que comerse con palillo (usar un tenedor metálico supondría un sacrilegio) y, hasta había que seguir un orden jerárquico para gozar de aquellas voluptuosas formas que, con el paso de los meses, se habían compactado entre sí hasta alcanzar una estética propia.
Hace unos días ví alucinar a un turista que no podía creer que una misma lata que decía “Almejas al natural”, costase diez veces mas que otra que había al lado y cuyo contenido era el mismo.
“Deben haberse equivocado” le decía a su esposa que miraba con el mismo escepticismo aquella etiqueta de 20€.
“No señor, intervine cortésmente, es que esas son de las Rías Gallegas y esas otras vienen de fuera, de Chile, Korea o vaya usted a saber”.
“¡Ah!” me respondió lacónicamente sin por supuesto haber entendido nada.
“Verá usted, en España consideramos la conserva como una auténtica forma de alta cocina. Nada tiene que ver un mejillón fresco al vapor con otro que haya pasado varios meses en escabeche dentro de una lata. De hecho los verdaderos gourmets hasta tenemos en cuenta el tiempo de la conserva y le podría presentar a algunos contertulianos capaces de discutir horas y horas acerca de si un mejillón alcanza su plenitud al cabo de los seis o los veinte meses de estar enlatado. Algo parecido pasa con los espárragos, los berberechos, los pimientos de Piquillo o las perdices. Comer una ventrisca de bonito recién preparada es un sacrilegio porque hasta pasado un año no logra ese punto de sedosidad, esa conjunción de la grasita del propio animal con la del aceite de oliva, esa profundidad de sabores que solo el ambiente reductor del encierro le puede proporcionar”.
Al llegar a ese punto, el blanquecino marido, que ya protegía con su cuerpo el de su esposa, me dió un billete de cinco euros, se despidió con una temblorosa sonrisa y salió corriendo abandonando in situ el carrito que llevaba lleno de salchichas y cajitas de quesos.
Es dificil de comprender, pero esa es la realidad.
Un buen espárrago, por ejemplo uno de esos de calibre 8/10 amparados por la D.O. Espárrago de Navarra, con seis u ocho meses de guarda, es todo un complejo mundo de sabores que ni el mas sofisticado chef podría alcanzar con el producto en fresco. Tanto es así que ya se falsifican en medio mundo, como sucede siempre con las mas fascinantes obras de artes creadas por la humanidad.
Hay un humilde marisco llamado berberecho, al que los mas prestigiosos escritores gastronómicos gallegos ni tan siquiera citan, a pesar de que, simplemente abierto sobre una plancha bien caliente y con unas gotas de limón o un refrito de ajitos, está delicioso. Pero donde alcanza el grado de exquisitez es envasado.
Si desea usted, querido lector, iniciarse en este mágico mundo de las conservas de élite, siga estos pasos.
Empiece por comprar una lata que garantice el origen del producto, “Rías Baixas”, Galicia (la mejor forma de hacerlo es ver el precio porque la diferencia es abismal).
Pasado este desagradable trance y ya en casa, retirese discretamente a la cocina porque hay actos que no deben compartirse ni con los seres mas queridos (yo enseñé estas cosas a mis hijos y ahora tengo que compartir con ellos la despensa).
Abra la lata y, sin tirar el agua, añada un chorrito de vinagre. Hay quién pone limón, craso error, las conservas deben aliñarse con vinagre. Según sea el contenido y los gustos, elija que sea de sidra, de vino blanco, tinto o de Jerez (en este último caso con unas gotas basta porque aporta mucho perfume).
Si su esposa es persona comedida, en un platito puede poner las piezas y presentarselo como algo único, mágico, sublime, porque realmente lo es. Lo que bajo ningún concepto debe dejarse ver, es el momento en que se bebe el caldito que queda en lata. Es un pecado inconfesable, una ordinariez que su familia jamás le perdonaría, perdiendole el respeto a perpetuidad, o peor aún, si lo probasen, desde ese trágico día tendría que compartirlo con ellos.
A partir de entonces comprenderá usted la pasión de los españoles por sus latas y todo lo que explico a continuación, tendrá sentido para usted, que desde ese momento será ya un hermetófago, un auténtico gourmet de las conservas.
La historia de las Conservas
En 1750, nace en Chalons, Nicolas Appert, hijo de un hostelero que se dedicaba al comercio de vinos. Nicolas se encargaba de taponar las botellas y durante este trabajo, empezó a pensar que, al igual que los vinos, otros productos se podrían conservar dentro de ellas. Estudió en casas aristocráticas y trabajó en brasseries hasta que por fin montó su propio negocio, un confitería en París. Pero nunca se olvidó del tema de la conservación de productos alimenticios y, después de darle mil vueltas al tema, terminó montando un laboratorio en el que trabajó día y noche. Poco a poco y según iba logrando progresar con diferentes productos, se fue dando cuenta de que podía controlar la estacionalidad de los productos. La noticia se fue propagando hasta que el propio periódico Courrier de l’ Europe, comentó en uno de sus artículos: “En casa del Señor Appert la primavera, el verano y el otoño se guardan en botella”. La noticia llegó a Napoleón, un general tan consciente de la importancia de la intendencia que llegó a decir que quién pudiese alimentar bien a un ejercito conquistaría el mundo. Se puso en contacto con Appert y, tras comprobar las posibilidades del invento, le recompensó con un premio de 12.000 francos de entonces, una fortuna. A partir de aquel momento el ejército de Napoleón y tras él los del resto del mundo, empezaron a consumir alimentos en lata (legumbres, hortalizas, judías verdes, etc.).
En 1810, y animado por lo sucedido, Nicolás decidió divulgar y dar a conocer su sistema en un libro “Los Alimentos y el Arte de conservar durante tiempo todas las sustancias animales y vegetales”. Pero cometió el error de no patentar su sistema y los ingleses se lo copiaron sin pestañear. Algún tiempo después, John Halle y Brian Donkin, que habían aplicado el método Appert, cambiaron las botellas por envases de hoja de lata, que eran más resistentes, más manejables y menos pesados. La novedad se puso tan de moda, que en 1830, estas conservas se empezaron a vender a precios de locura. Nicolás Appert falleció sin disfrutar de su gloria, pero su invento logró en buena medida hacer desaparecer el escorbuto de las naves que surcaban el Atlántico, gracias al consumo verduras y carnes, antes impensables, ahora viables gracias a las latas.
El envase de hojalata funcionó de manera magnífica, y la fiebre llegó a Estados Unidos en 1897, donde se volvieron locos con la novedad. Resulta simpático recordar la estampa clásica de las cocineras saliendo de la despensa con un mandil en el que escondían tres o cuatro latas para que nadie adivinase su truco de cocina fácil. Al fin y al cabo, ¡cómo iban a hacer una gran cocina utilizando un tomate de lata!
En su libro La Casa de Lúculo, Julio Camba dedica piropos a la sardina en lata, pues no sólo hay que pensar que las latas buenas son las de caviar o foie gras. Además, hay que acordarse de algunos estudios como el de la Universidad de Londres, en el que se comenta, hay alimentos enlatados que conservan mejor las cualidades del producto, que en fresco.
La Lata y la Conserva en España
La industria conservera primitiva la implantaron y desarrollaron en España los fenicios. El comercio con Cartago y posteriormente con Roma era tan intenso que propició el desarrollo de sofisticadas técnicas de conservación de productos.
La pesca, la manipulación, el envasado, la distribución y el consumo de salsas y salazones, junto a otra serie de tareas, se vincularon por medio de la historiografía a la economía de esas comunidades litorales que hoy se mantienen y que están muy ligadas al mundo antiguo mediterráneo. Para esto, sin duda, ha sido muy importante la excavación y la exploración para recopilar datos a partir de las ánforas, en donde aparecen las famosas picti tituli, antiguas etiquetas a partir de las cuáles nacieron las actuales.
La primera fábrica de hojalata nació en 1726, con la autorización de Felipe V, la cual se instaló en Ronda, y se llamó Real Fábrica de Hojalata de San Miguel de Ronda. La primera hojalata salió en 1731 durando su comercialización más de medio siglo. Se acabó por cerrar la fábrica en 1788 pero se abrió otra, en Fontanela, en el Concejo de Parres, en Asturias, a orillas del río Sella. Esta, curiosamente fabricó envases de hojalata para los experimentos del célebre Nicolas Appert.
Se llamaba fábrica de Hojas de Lata de Fontanela, y fue el Estado quien aportó el principal capital a petición de un presbítero, que era el que alternaba oraciones e industria.
En toda esta historia tiene una importancia enorme el descubrimiento del cierre. Duran descubrió el cierre de soldadura de la lata y lo patentó en Inglaterra. Esto hizo que avanzase esta industria e, incluso, un sobrino nieto de Appert, el físico Chevallier Appert, utilizó por primera vez el autoclave. En 1885 se abrió la Compañía Anónima La Iberia, en Sestao, que producía 8.000 Toneladas de hojalata y que en 1901 se fusionó con Altos Hornos de Vizcaya. Hubo otra empresa, La Vasconia, que la familia Gandarias consiguió que en 1808 llegase a ser una de las mas importantes dedicadas a la fabricación de hojalata. A partir de este momento, se empezó a abastecer a los conserveros asentados en la zona del Cantábrico, hasta Galicia, y en el sur, en zonas como Cádiz y otras.
La 1ª Guerra europea dió paso a otra hojalata, la electrolítica, con diferentes revestimientos y que en aquel entonces también causó las suspicacias que en su día crearon la cocina de gas cuando rompió todos los cánones de aquellas antiguas de carbón, e incluso la utilización de la electricidad.
La realidad de los hechos, invalida el cumplimiento de viejas predicciones a medida que nos aproximamos a otros siglos. Inmersos en el XXI se diluyen en el terreno de los augurios fallidos, aquella historia, que posiblemente llegará algún día, en el que nos alimentaremos de píldoras y alimentos sintéticos, para algunos pura entelequia (recordemos la historia del fast-food, que en 1955 comentaba Ray Cross en Chicago).
La utilización de la conserva hoy, sin duda, con el nuevo siglo, se vislumbra mucho más vistosa y racional. Se incorpora una historia importantísima al mundo de la conserva, el producto ecológico, en la que se mezcla romanticismo agroalimentario y carencia de pesticidas, herbicidas, etc. Estamos en el momento culmen de la conserva, pues hablamos de verduras diseñadas a medida, de hortalizas transgénicas, de acuicultura, y no sólo de anchoas, boquerones o sardinas, sino que dentro de poco conoceremos la conserva de las granjas marinas y de las de agua dulce. Incluso podemos hablar de la llegada de la lata a la Alta Restauración donde, como siempre, los franceses toman la avanzadilla y en su momento se oye hablar de un restaurante en París en cuya carta toda la comida es de lata. Ahí es donde se plantea el dilema de una cocina que se podría llamar prêt-a-porter, que es la utilización de productos de lata, no sólo los antes comentados, sino miles de productos hortícolas y conservas de pescados con los que hacer una gran cocina, caso de los berberechos en lata gallegos, las pochas, la perdiz escabechada, la fabada, las alubias, etc…(en la Alta Restauración gran parte de los platos que se están elaborando, se hacen con productos que vienen de lata).
Productos Top en conserva
Como indicábamos al principio, España tiene un concepto diferente de las conservas al resto del mundo y, así, existen verdaderas delicatessen que ni se pueden comparar con los también citados Foiegras y caviar, ya que estos, en estado fresco, son mucho mejores que enlatados y su consecuentemente su precio es también mayor.
Para quienes no conozcan nuestras conservas Top, les pondré el ejemplo de otra forma de conservación: la curación mediante sal y oreo, de los jamones. Nada, absolutamente nada tiene que ver uno de esos soberbios y perfumados jamones ibéricos de bellota con dos años de secado, con una pierna de cerdo fresca asada. Este es el concepto de nuestras conservas, no se trata de enlatar una receta, aunque también se hace y con excelente calidad, pero las Top, son conceptos gastronómicos en sí, per se.
Vamos por tanto a describir puntualmente alguno de estos artículos para que, los no iniciados, comprendan el porqué una lata de almejas gallegas cuesta diez veces mas que otra similar procedente de Chile, Holanda o Tailandia.
Nuestras “Top latas”
Evidentemente ni es oro todo lo que reluce, ni los españoles tenemos ninguna desviación sexual que nos incline a relamernos por el hecho de abrir una lata, sea cual fuere su contenido.
Cuando les hablo de exquisiteces, es con pleno conocimiento de causa porque en nuestro país, al igual que en el resto del mundo, se consumen conservas de subsistencia que no merecen la menor reflexión ni mención en estas páginas ya que no pertenecen al mundo de la gastronomía.
Ya apunté antes que un mismo producto, almejas, espárragos, berberechos, incluso anchoas, pueden variar en precio hasta diez veces en función de su calidad.
Hay dos variables, una es el producto en sí y otra su manipulación.
Aquí decimos, “Hacer las cosas como Dios manda”, en Francia “Savoir faire”, en los paises anglófonos “Know how”, en alemán y tagalo, no tengo ni idea, pero la idea es la misma: conseguir que el producto final, el “Out put”, sea extraordinario.
Como el tema es algo complejo, vamos analizar unos cuantos ejemplos por separado.
Las temibles anchoas del Cantábrico
Hace ya mas de un siglo, un valiente italiano llamado Giovanni Vella Scaliota, atraído por la legendaria ferocidad de los boquerones del Cantábrico* (*el mar de norte español), vino a Santoña* (*famoso pueblo de este litoral porque de él procede mi familia) para comprobar personalmente si eran o no ciertas las terribles historias que habían llegado a sus oídos sobre la fiereza de tan peligrosos peces.
Allí fue testigo de las brutales acometidas que protagonizaban los temibles engráulidos y, ayudado por los aguerridos lugareños, logró reducir unas cuantas presas.
Curiosamente comprobó que, una vez fuera del agua, los bocartes son absolutamente inofensivos, es mas, resultan preciosos, parecen pequeños abrecartas de plata, aunque una manchita roja junto a la agalla, denuncia su pasado corsario y asesino.
Todos fueron ajusticiados en la guillotina (ya saben que por aquel entonces estaba muy de moda) y, para poder llevarlos en buen estado hasta su tierra natal como testimonio de su gesta, los metieron en un barril bien envueltos entre sal, como a los oficiales de la marina de guerra caídos en combate.
Pasó el tiempo y un día que estaba aburrido, mientras leía un libro sobre las costumbres antropofágicas de las tribus amazónicas, se le ocurrió que, bien limpitos y con un chorrito de aceite, hasta podrían estar comestibles.
El resultado fue tan brillante que decidió proceder del mismo modo con el resto del barril y, para poder transportarlos de forma mas cómoda, les dió sepultura en diminutos ataúdes de hojalata.
Cuando los saco de su encierro, los cuerpecitos inertes de aquellos otrora plateados guerreros, se habían convertido en unos tentadores lomos de carne roja, de tan complejos y subyugantes perfumes marinos, que cautivaron las cortes de toda Europa hasta el punto de nuestro genial Enrique Jardiel Poncela llegó a afirmar que si los zares hubiesen probado un bocadillo de anchoas, jamás se hubiesen molestado en inventar el caviar.
Desde entonces los pescadores y conserveros de Santoña mantienen la tradición con tal escrúpulo que, cuando preparan las anchoas para su enlatado, depilan los lomos con el mismo esmero que si se tratase de una vedette. De hecho yo mantuve un apasionado romance con una anchoa, pero de esto hace años.
Si usted, querido lector, quiere tener una experiencia de este tipo, debe saber dos cosas:
1ª: Las anchoas están muertas, pero no momificadas, es decir, son una semiconserva y por tanto deben mantenerse en frío, a unos 5ºC, porque si quedan a temperatura ambiente se arruinan.
2º: Hay que dejarse aconsejar por un experto en conservas ya que en todo el largo y complejo proceso de preparación, además de la meticulosa depilación mencionada, intervienen muchos factores, como la calidad del aceite que debe ser siempre de oliva y a ser posible virgen, que hacen que lo que debería ser una obra de arte, pueda no pasar del calificativo de salmuera.
Sardinas para una guerra
Mi padre, que además de un ser señor muy alto, era médico, afirmaba categóricamente que el ejercito español sobrevivió a la campaña del 36 gracias a las sardinas en lata.
“Solo comíamos eso, afirmaba, y aún así resistimos temperaturas de veinte bajo cero, como sucedió en los frentes de Soria y Teruel* (provinciasdel interior español donde se registran las mas bajas temperaturas de la península y donde se desarrollaron crueles combates en la pasada guerra civil). Además de sus propiedades antixeroftalmicas, las sardinas de lata deben contener alguna proteína, vitamina, o cualquier otro tipo de sustancia aún no descubierta por la ciencia que, de algún modo, es una verdadera panacea alimentaria”.
Ahora sabemos que eso que él sospechaba, se llama Omega 3, una grasa poliinsaturada capaz de regenerar al peor desahuciado del colesterol.
Una variante que según qué latitudes es mas o menos apreciada, son las sardinillas.
En el norte preferimos los contundentes lomos de esas latas que traen tres piezas por unidad, mientras que en el sur se vuelven locos por esas miniaturas que, cuando se trata de marcas de calidad, son tan sabrosas como las grandes, pero mas divertidas de comer.
Oricios, el caviar de mar
Decía Julio Camba* (*famoso escritor humorista español que escribió un divertido libro de gastronomía titulado La Casa de Lúculo): “El erizo es un extracto de mar, un hálito de borrascas, una esencia de tempestades.” Lo que no se podía imaginar don Julio es que algún día un asturiano lograse meter todo eso en una lata para que un cocinero de la estepa manchega fascinase a sus parroquianos dándoles a probar tan fascinante manjar.
Su captura resulta una verdadera odisea porque hay que contar con que la marea sea muy viva para que en la bajamar queden al descubierto las rocas donde se protegen. Además solo se pueden aprovechar sus gónadas (es la parte que se come) en los meses mas fríos, que es cuan la mar está mas brava.
Pero lo peor es su manipulación ya que su cuerpo está recubierto de unas peligrosas púas capaces de herir dolorosamente a quién ose tocarlos sin las debidas precauciones. De hecho esta especie tuvo que renunciar a los placeres carnales y recurrir a ser hermafroditas porque les resultaba dolorosísimo aparearse.
El resultado es una especie de delicadísimo caviar de sabores yodados, cada vez mas escaso, pero con el que hasta el mas negado cocinero puede preparar un soberbio revuelto que haría feliz a los mismísimos gallegos Julio Camba, Cunqueiro, Picadillo o la Pardo Bazán.
La ventrisca del bonito
Una muestra mas de la sofisticación de nuestras conservas es la costumbre de envasar las ventriscas de los atunes y bonitos.
La ventrisca, ventresca, ventrecha, etc. (todo son derivados de vientre) es la capa muscular que contiene las vísceras de los pescados.
En España hay vegetales, como es el caso del pimiento de Piquillo, que si no se hubiesen inventado las latas, no existiría ya que en su estado natural resulta prácticamente incomestible, mientras que después de pasar el debido proceso de enlatado, se convierte en algo sublime, dulce, tierno, perfumado, con un puntín de picante y una complejidad de sabores que en algunos casos invitan a dejar de lado la chuleta a la que debería acompañar.
Otro tanto sucede con los espárragos
Dicen que fue Luis XIV, el Rey Sol, quién impulsó mundialmente el consumo de los espárragos.
En fin, ya sabemos que en lo relativo a la cocina, Francia siempre se apunta la paternidad de todos los grandes descubrimientos, aunque los espárragos ya se consumiesen habitualmente en las grandes mesas romanas y griegas y el propio Plinio describiera hace dos mil años sus virtudes gastronómicas y medicinales.
En España su consumo fue siempre un signo de distinción, tanto en las mesas burguesas árabes, mozárabes o judías de los siglos VIII al XV, como en las posteriores de las cortes cristianas.Decía D. Luis Lobera de Ávila, médico del emperador Carlos V, en su libro Banquete de Nobles Caballeros: “Estos, según Galieno en el secundo “De Cibis”, son de poca sustancia. Son diuréticos, que abren opilaciones del hígado. baço y riñones y de otros miembros”.
Respecto a su consumo en conserva hay que hacer una referencia al margen de lo puramente gastronómico: El 90% de los espárragos en conserva que se consumen en el mundo proceden de paises donde no se respetan los derechos humanos y son recolectados y manufacturados por mujeres y niños explotados en régimen de semiesclavitud.
Esto es alarmante, por encima de todo desde un punto de vista humano, pero también económico porque esos mismos paises hacen preparaciones al gusto español, francés, alemán o americano, sin hacer la menor referencia a su procedencia real.
Por eso hacemos hincapié en la necesidad de consumir espárragos con garantía de origen, como los amparados por el consejo de Denominación de origen Espárrago de Navarra, que, además de garantizar la máxima calidad, lo hace sobre los métodos laborales acordes con la cultura occidental.
Y llegados a este punto, me veo en la obligación moral de poner las cosas en su sitio porque una cosa es dejar correr eso de que Versalles era un esparragal y otra admitir que Napoleón inventase los espárragos en conserva. ¡De eso nada!
Se atribuye a un tal Nicolás Appert la paternidad del invento de la conserva por la que recibió del emperador la cantidad de 12.000 francos en 1810.
Luego un tal Peter Durand (hay quién afirma que fueron John Halle y Brian Donkin, en cualquier caso eran subditos ingleses por lo que el resto no tiene mayor interés), perfeccionó el sistema usando hojalata para conservar los productos.
Pero nadie habla de que en España, concretamente en Ronda, en 1731 se construyó “La nunca vista en España Real Fábrica de Hoja de Lata y sus Adherentes, reinando los siempre invictos monarcas y católicos reyes don Felipe V y doña Isabel Farnesio”.
¿Para qué se hizo esta fabrica?
¿Para fabricar tambores de hojalata?
Evidentemente no.
Felipe V, que era francés, vino a España con el nuevo siglo para substituir en el trono a los austrias que estaban ya para el arrastre.
Al principio el Borbón echaba de menos las comiditas que le hacía su madre en Versalles, pero poco a poco fue conociendo las delicias hispanas hasta hacerse un verdadero connaisseur de nuestra gastronomía.
Así descubrió los espárragos blancos y mandó construir una fábrica para envasarlos industrialmente y poder con ellos matar de envidia a sus primos y demás parientes que vivían en la corte de Luis XV.
Luego llegó Luis XVI quién no tenía problemas en abastecerse porque su mujer, María Antonieta, era española y recibía todas latas de espárragos que necesitaba, pero el pueblo, como todavía no tenía acceso a ellos, les cortó la cabeza a ambos por no querer compartirlos.
Luego, cuando Napoleón tomó las riendas, pronunció su famosa frase: “Algún día todos los franceses podrán comer espárragos” y se lanzó a la conquista de España.
Hubo que desmantelar la fabrica de Ronda porque sus tropas fueron directamente a por ella y reconstruirla en secreto en los valles asturianos del consejo de Parres, pasando a llamarse “Fábrica de Hojas de Lata de Fontanela”.
Fueron momentos dramáticos pero Napoleón nunca consiguió hacerse con los espárragos de lata españoles y en consecuencia tuvo que rendirse y retirarse humillado a la isla de Elba donde vivió mas de un año atormentado por no haber conseguido su objetivo.
Volvió a intentarlo en 1815, durante cien días, pero ya le dijeron que lo dejase porque había una multinacional negociando la importación y tuvo que irse a la isla de Santa Elena a morirse de asco sabiendo que nunca mas podría cenar aquellos turgentes y casi pornográficos espárragos que había probado en Navarra, cuando iba camino de Bailén.
Hoy ya se comercializan libremente, no solo en Francia, si no en otros muchos paises civilizados.
Podríamos hablar otras veinte páginas de las distintas conservas vegetales, con golosinas tales como las habitas o las alcachofas, porque en España hay grandes y extraordinarias huertas como lo pueden ser las de Navarra, Murcia o La Rioja, pero quizás lo mejor sea visitar alguno de los muchos bares que existen en nuestro país donde se pueden degustar auténticas delicatessen y que suelen incluso competir entre sí para presumir de tener la mejor marca del mercado, o incluso alguna artesana desconocida de cuya calidad pueden bien hablar los cientos de parroquianos que cada día los abarrotan haciendo de este uno de los preferidos modos de comida informal españoles.
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