Otoño gastronómico
Septiembre 2009
Para los pobres urbanitas, estas fechas son terribles, porque suponen la vuelta al trabajo, los gastos del nuevo curso escolar, la ciudad cada día más hostil, los días cada vez más cortos, incluso algunos con frío invernal, porque los grandes edificios ocultan el cálido y dulce sol con que la Madre Naturaleza nos regala por estas fechas los más fastuosos atardeceres del año, y los más dulces calorcitos del año.
Por el contrario, en el campo estos meses fueron siempre de júbilo, alegrías y fiestas, porque era tiempo de cosechar lo que se había plantado en primavera. Las frutas están más dulces y perfumadas que en verano, e incluso, si la vendimia anterior había sido buena y quedaba vino en las tinas, los bodegueros, como necesitaban espacio para el nuevo mosto, regalaban al pueblo lo que sobraba, así que había fiesta por todas partes.
Es obvio que estos tiempos ya pasaron y ningún bodeguero reparte sus excedentes entre sus parroquianos, pero quizás los liquide a precio de basura a los grandes grupos, así que, con un poco de esfuerzo y de vista, pues podemos disfrutar de una felices Tabernarias, que era como se llamaban antaño estas fiestas, precisamente por lo del vino.
De momento (y toco madera), parece que a la gallega no la dejan subir los impuestos del vino a su gusto, porque, conociendo sus fobias hacia la gastronomía, si cuando era ministra de agricultura y pesca nos prohibió comer boquerones en vinagre, calculo que este otoño ya pensaría obligarnos a comer la caza con agua de Mondariz (como es de su pueblo, le habrá aplicado exenciones fiscales).
Por lo pronto, y antes de que se le ocurra a la orensana gravar con un nuevo impuesto de lujo los productos del cerdo ibérico de bellota, para pasar el invierno sin penurias, me acabo de encargar un trailer lleno de chorizos, lomos, paletas y salchichones a mi amigo Maldonado.
El único consuelo que nos queda de esta debacle es que much@s de aquell@s señoriting@s de “pan pringao”, tan mon@s ell@s, que consideraban que no había venido a este mundo para trabajar, si no exclusivamente para adornarlo, van a tener que olvidarse por unos meses del solarium y de la masajista, porque ya no les queda parné ni para repostar su BMW hasta fin de mes.
Hace veinte años, a un servidor le limpiaron hasta los mocos y, cuando tuve que empezar desde bajo cero, a pesar de los comprensibles momentos de aflicción, comprendí la relatividad de las cosas, porque mi quejumbrosa miseria (pasar de vivir en una mansión de setecientos metros cuadrados, a tener que dormir en un despacho de la oficina, fue jodido), en realidad era un lujo asiático para cuatro quintas partes de la Humanidad, así que, mientras la cabeza siguiese en su sitio y las manos fuertes para trabajar, pues miel sobre hojuelas.
Hago estas reflexiones de Perogrullo para indicar que podemos aprovechar el descalabro económico para reciclar nuestros hábitos alimentarios.
Basta de precocinados, venenos a precio de oro que han llevado al población española, en apenas dos décadas, a ser una de las tres más obesas del mundo.
La excusa de “No tengo tiempo para cocinar”, es mentira, salvo que haya que reservar varias horas para ver el Gran Hermano, ir cada semana a la peluquería, o salir cada tarde a cotillear con las amigas sobre el último divorcio que sale en el Hola.
¿No sería un buen momento, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, empezar a disfrutar de la casa, de la cocina, de la compra, de la economía doméstica, de las comidas en familia, de la alimentación natural y saludable?
Por si a alguien le interesa algo de lo que propongo, he aquí unas páginas donde encontrar consejos de la cocina de otoño, que bien entendida, puede que sea la más fascinante del año.