El lacónico roastbeef
A pesar de mis denodados esfuerzos por establecer una cierta vinculación etimológica entre el adjetivo lacónico, y nuestros sabrosos laconcitos de Tineo, lo cierto es que su origen viene de llacwnicoz, nombre de los habitantes de Laconia, unos espartanos que se caracterizaban por la brevedad y la concisión de sus expresiones.
O sea, nada que ver con esa voz gallega que tantas veces nos ha augurado una notable francachela gastronómica. Y es que, no sé porqué, pero eso de lacónico siempre me sonó como a cachondo, como algo similar a ese humor socarrón de los gallegos, como a ese brazuelo curado del gorrino, que si se cocina bien, en vez de salado, sabe dulce.
Bueno pues no. Nunca te acostarás sin saber una cosa más, y resulta que el laconismo está absoluta y estrechamente asociado con el británico rosbif.
Breve, conciso y compendioso, que dice el DRAE, así es como debe ser un buen rosbif.
Un cocinero de rosbif debe tener aspecto de funcionario, lucir un rostro impasible ante la gravedad de que lo que está realizando, y tener una gran confianza en las normativas aprehendidas, según las cuales ninguna iniciativa propia debe intervenir en el cometido de sus funciones profesionales.
Una vez terminado el trabajo podrá ser un ciudadano normal, incluso simpático, aunque siempre con moderación, porque no es lo mismo cocinar una desenfadada calderada de bonito, que un solemne rosbif, y es que, queramos o no, hay oficios como los de rosbifero o de funerario, que exigen mantener una cierta imagen pública de respeto.
Cocinar un marmitako, o asar unos corderos a la estaca, permite al guisandero hacer risas durante su trabajo, incluso echar unos culines de sidra, o darle un tiento a la bota. O hasta hacer alguna travesura, si en su faena está bien acompañado, porque son platos abiertos, anarquistas, improvisativos, casi hasta inmorales, mientras que un rosbif, como decía Julio Camba: «hay que asarlos al calor obscuro y triste del horno».
Un guisador de calderetas, o un parrillero de chuletillas, vé como su trabajo rinde frutos a través del tentador aspecto de esa cazuela, sin embargo un maestro asador de rosbif es como un alquimista que introduce en su atanor la pieza, y al cabo de un tiempo científicamente calculado, sacará un nuevo elemento, de aspecto chamuscado, en cuyo interior se está produciendo una ósmosis, una transformación misteriosa, que solo él adivina, y que no se puede interrumpir, so pena de arruinar todo el esfuerzo realizado.
Si usted parte un rosbif recién salido del horno, lo habrá masacrado, porque su interior estará absolutamente crudo y repugnante, mientras que el exterior aparecerá incomible por seco y pasado.
Sin embargo, si lo deja en paz durante un par de horas, los jugos del interior serán lentamente absorbidos por las capas resecas del exterior, y así, cuando el experto asador lo considere oportuno, trinchará la pieza, que milagrosamente se mostrará homogeneamente sonrosada, desde el más recondito centro, hasta la tostada piel.
Hay que ser muy lacónico, muy estoico, muy inglés,y hasta espartano, para no meterle mano a un soberbio lomo de xatu culón recién asadín.
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