Mis queridas tortillas
No creo que nadie ponga en duda el hecho de que, junto al vino y la penicilina, la tortilla de patatas es uno de los mayores logros de la Humanidad.
Recientemente se ha celebrado en Cangas de Onís un concurso de esta magnífica creación de la ciencia culinaria y realmente habría que dar cuenta de este evento por las cuatro esquinas del Estado ya que el apasionamiento de l@s concursantes llegó a poner en peligro la integridad física de los miembros del jurado.
La tortilla, en sí, es un invento español, al menos es en nuestros recetarios mas antiguos donde se hace referencia a ella y desde luego, de lo que no hay duda, es que es en nuestra cocina donde mas importancia se ha reconocido al arte de envolver así los huevos.
Sin embargo su caracter popular y esa inquina que tienen los médicos de prohibir todo lo bueno, han hecho que hoy día se valore poco. Craso error.
Yo conozco a no pocas personas capaces de moverse cientos de kilómetros por gozar de una buena tortillona de patatas. De hecho en Betanzos había un restaurante especializado en estos menesteres que recientemente se ha trasladado a Coruña, tal era su éxito.
También hay que reconocer, aunque solo por una vez, el acierto de Rafael García Santos que ha incluido un concurso similar al ya citado en su gran fiesta de la gastronomía que cada dos años celebra en el Kursaal de San Sebastián (en la última edición debería haber ganado Amado, el de La Venta del Jamón, pero la mala organización del evento arruinó su creación).
Una de las vitudes de esta fórmula culinaria es su versatilidad porque a una buena tortilla de patatas se le pueden añadir mil ingredientes, incluso sobrantes, y el resultado será brillante.
Es tipico ponerle un poquito de chorizo, poco eso sí, taquitos de jamón, tiritas de pimiento frito con cebolla, por supuesto, ajo, bacalao desmigado o incluso merluza, especialidad de reciente creación en Casa Consuelo de Otur, que ya ha conquistado a medio mundo porque es bocado inolvidable (dimos cuenta de ella el pasado día ocho de febrero en la página de restaurantes).
Pero a costa de estas golosinas también se comeneten las mayores atrocidades y no solo me refiero a esas armas arrojadizas llamadas tortillas precocinadas, si no a atropellos coquinarios aún mayores, como suelen ser esas argamasas de patata cocida cuajadas con huevina que, para mas sadismo, el camarero de turno, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, mete en el microondas para evitar así la mas remota posibilidad de disfrute gastronómico.
Hace un año comentamos la idoneidad de crear una guía de barras donde se pueda gozar de un buen pincho de tortilla, una de las costumbres mas inteligentes de la cultura hispánica, pero lo cierto es que la relación era tan corta que tuve que abandonar la tarea so pena de incurrir en odiosas e injustas omisiones.
En una buena tortilla, la patata ha de estar frita, nunca cocida, aunque haya sido en aceite, el huevo jugoso en el interior y doradito en la superficie, la temperatura un puntín templada, para que asiente (recién hecha no tiene los sabores compenetrados, fría no es agradable y recalentada es un fracaso) y por supuesto comida a horas intempestivas, a media mañana, al atardecer o de madrugada, aunque en esas circunstancias todas suelen saber bien, quizás en función del nivel etílico del comensal.
Quizás dentro de unos días les dé la receta de la tortilla asturiana, como la española, pero mas de aquí.
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