La verdad del pitu caleya
En alguna anterior reencarnación debí nacer pollo porque parece que me persigue la maldición de estas aves, primero en Galicia con el tinglado de los falsos Capones de Villalba, que ni son gallegos ni están capados y ahora con la folixia de los pitus de caleya.
Hace veinte o treinta años, cuando un servidor andaba por las aldeas en moto de trial y salvo las vías principales la mayoría de los caminos de Asturias eran de tierra, encontrar una fonda donde te guisaran un pitu era casi una noticia. De hecho recuerdo que ibamos a Llames de Parres porque mi difunto suegro era primo del dueño del chigre y, avisando con un par de semanas de antelación, nos conseguía alguna victima propiciatoria.
«Ya no quedan pitos, nos decía el anfitrión, con tanto coche y tanto asfalto ¿donde van a pastar los probinos?» y claro, la pregunta ahora ya viene de corrido: si de entonces para acá todos los concejos se han fundido sus presupuestos en asfaltar los caminos para captar el voto rural ¿qué comen las gallinas de este nuevo siglo XXI para proliferar de tal manera? ¿Grava? ¿Habrán materializado el cuento del burro del gitano?
Ni que decir tiene que estamos ante uno de esos fenomenos de masas, como el famoso pastel de cabracho que inventó Juan Mari Arzak y que ahora todos los chigreros de medio pelo aseguran que ya lo hacía su madre durante la República, en fin, pero sería un desperdicio gastar toda una página como esta para denunciar la falta de imaginación de nuestros hosteleros.
Yo quiero ir mas lejos.
Cierto productor de gallos camperos, que es como se llaman en Castilla a estas aves, nos confesó que estaba asustado del consumo que tenían sus productos en nuestra región, por cierto de excelente calidad: «Vendo mas en Asturias que en el resto de España.
No sé si será por moda o porque en otras regiones como Euzkadi tienen sus propias labels de calidad y prefieren consumir productos autóctonos». ¡Ay, que dolor!
Hace diez años preparé un proyecto para el ayuntamiento de Villalba en cuyo estudio de viabilidad se preveía la creación de ma de dos mil puestos de trabajo directos (para una región tan deprimida como la Terra Chá eso significaba no solo parar la desertización si no hasta repoblar las aldeas).
Un compañero de la facultad de Veterinaria de Lugo diseñó un instrumento revolucionario que castraba de raíz a razón de cinco animales por minuto (se lo tuvo que vender a una laboratorio suizo para resarcirse de los gastos de investigación).
Al final resultó que mi proyecto no se ajustaba a los propositos de cierto político (a los caciques no les conviene que el pueblo medre porque sus subditos podrían llegar a perderle el miedo) y ni me pagaron los gastos del trabajo encargado.
Evidentemente no tengo el menor interés en volver a tropezar en la misma piedra, pero siendo Asturias el principal consumidor de España de gallos camperos ¿no sería interesante promocionar una etiqueta de calidad que apoyase la cría de estos bichitos por nuestras aldeas y camperas?
Recuperar las antiguas razas asturianas, distribuir polluelos a los campesinos para su cría, legislar su forma de engorde, crear mataderos con control sanitario que certifiquen las correspondientes etiquetas (las labels, que dicen), estructurar medios de comercialización centralizados para poder exportar estas golosinas a todos los restaurantes asturianos de España.
¡Pepín! despierta que son las siete. Voy.
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