El Folio literario
No se trata de ninguna nueva publicación pedante de esas que suelen autoeditar los intelectualillos de tertulia que tanto abundan por las capitales de provincia españolas, no, se trata de un concepto técnico que, de tanto repetirlo a los grandes profesionales del mundillo editorial, prensa incluida, pues me tomo la licencia de dejarlo por escrito para que, de ahora en adelante, cada vez que uno de esos técnicos me pregunte ”¿A doble espacio?”, poder responderle: “Consulte usted lo que es un “Folio literario” en enciclopediadegastronomia.es".
A mediados del siglo pasado, cuando íbamos a la escuela (dicho así, acojona ¿eh?), recuerdo que intentábamos engañar a los profesores escribiendo las redacciones con las letras muy gordas y dejando mucho espacio entre palabra y palabra, para conseguir llenar aquel dichoso folio cuadriculado con el menor esfuerzo y faltas de ortografía posibles.
Evidentemente no servía de nada porque al final, la cantidad de texto es la misma cantidad de texto, se escriba con más o menos blancos.
Cuando pasamos a la máquina de escribir, aquel maravilloso invento que tanto echan de menos los nostálgicos que nunca han escrito, se estableció un cierto criterio de medición de textos que sirviese, no solo para cuantificar el cobro del teclista (y de los escritores, articulistas, periodistas y demás colaboradores, porque así se valora nuestro trabajo), sino para que los cajistas supiesen de antemano qué espacio deberían reservar para ese trabajo. A esa unidad de medida se la llamó folio, o más exactamente folio literario y, como las máquinas de escribir venían más o menos estandarizadas con un mismo tamaño de letra, separación entre ellas e interlineado, pues simplemente se decía: “Mándeme un par de folios a doble espacio”, contando con la honradez del escritor, para que no dejase márgenes, cabeceras, puntos y aparte, etc., demasiado generosos.
Pero cuando llegó el ordenador, todo eso desapareció, porque cada uno de estos aparatitos, tiene una serie de teclas que dicen: Herramientas, Maquetación, Formato, Estilo, Fuente, donde, modificando el Tamaño de fuente, el Tipo de letra, los Kern y Trac, Interlineado y demás palabrejas, un mismo texto puede ocupar una página de tamaño A4 (ya tampoco se llaman folios, sino que son subdivisiones de la resma de imprenta o A1, de 810X594 cm., según las norma UNE española que sigue la norma DIN alemana), o un libro entero de 500 páginas de ese mismo formato.
¿Cómo valorar entonces ahora el trabajo si ya estas nuevas máquinas de escribir, que en vez de Olivetti o National, se llaman Word, QuarkXpress y demás cosas raras, modifican el volumen a su antojo? Pues normalizando el concepto “Folio literario”.
Tamaño normalizado como “Folio literario”.
Por fin llegamos a la conclusión del enigma y de este ladrillo que me avergüenza redactar, por un lado porque me da por saco ir por la vida de pedante y enteradillo, y por otro, porque esto se estudia en primero de Ciencias de la Información.
Prosigo y termino.
Como es evidente que lo que realmente cuenta, tanto para la valoración del trabajo del escritor o teclista, como para la cuantificación de espacios para el diagramador (ya tampoco hay cajistas), son las pulsaciones, pues se estableció que el término “Folio literario”, sencillamente consistía en 2.000, contando como tales caracteres y espacios. Y punto.
Diga usted 60 lineas de 33 letras a doble espacio, 45 lineas de 45 pulsaciones de interlineado comprimido, o una sola linea larguisima de 2.000 caracteres, el “Folio literario” son 2.000 pulsaciones. Y punto.
En la lengüeta de Herramientas de su ordenador, hay un botón que se llama “Contar palabras” y en la ventanita de información, aparece los conceptos Caracteres (con espacios) y Caracteres (sin espacios), bien, pues cuando el secretario de redacción recibe un texto y lee: Caracteres (con espacios) 5.476, pues sencillamente divide por 2.000 y dice: “Este texto consta de 2,7 folios, a 100€ = 270€”. Así de simple.
Lamento este coñazo, querido lector, pero es que, por enésima vez, me acaban de preguntar eso de “¿A doble espacio?” y uno también tiene derecho a desahogarse de vez en cuando y mandar a paseo a estos genios que, no sé como, incluso llegan a trepar a cargos directivos de editoriales, periódicos y revistas de gran tronío.
Yo también escribo a pluma, todas esas que muestro en la foto y que son regalos de buenos amigos, auténticos escritores, verdaderos periodistas, profesionales que no tienen que hacer cola para publicar gratis sus artículos en el periódico del pueblo, para que, a la hora del vermut, le felicite el camarero y, sentando cátedra, opine sobre lo que para él es: “Un folio literario a doble espacio”. Pero cuando trabajo y una revista me pide 20 folios sobre la evolución del bocadillo en el siglo XXI, no pregunto “¿A doble espacio?”.