Alcoholímetros contra cultura
Allá por el año setenta, pasando con mis padres unas vacaciones en Canadá, fui testigo de un curioso espectáculo: en la suite contigua, unos quince o veinte respetables ejecutivos, se habían reunido premeditadamente para cogerse una borrachera colectiva.
A pesar de mi corta edad, aquello me pareció algo totalmente absurdo, porque para mi concepto epicúreo de la vida, la borrachera fue siempre una consecuencia desagradable de haber rebasado involuntariamente el límite de alcohol que el cuerpo puede asimilar, pero nunca un fin voluntariamente perseguido.
Pues sencillamente, porque esa conducta formaba parte de su cultura, mientras que en la nuestra, la mediterránea, latina, hispana o como se quiera decir, era la otra.
En España se toman unos vinos, o unas cervecitas, antes de comer, como vínculo social para relajarse con los amigos después de la faena.
Cuando compartimos mesa con algún cliente o amigo, es preceptivo que el anfitrión abra una buena botella que enriquezca el ágape, y hasta es muy natural paladear un viejo brandy durante la sobremesa.
Pero al parecer esto no es europeo, y aunque sea indemostrable (entre otras cosas porque es radicalmente falso que una tasa de 0,2 grs de alcohol en sangre dificulte la conducción), nuestros gobernantes han decidido someternos a un régimen policial más humillante que en la dictadura, deteniéndonos en medio de la vía pública, sin otra justificación que la elección aleatoria del agente de turno, pudiendo llegar a arruinarnos, porque el que más y el que menos necesita de su vehículo para ganarse la vida.
Y es que quizás estos genios que toman las decisiones por nosotros no sepan que en Estados Unidos, pongo por ejemplo, se hacen controles de alcoholemia cuando ha habido un precedente (por ejemplo ver una conducta extraña de un vehículo), pero nunca de forma indiscriminada.
¿Se imaginan lo que podría pasar si a cierto agente le cae mal el dueño de un restaurante de carretera (no quiero hablar de chantajes para no llevar esto demasiado lejos, pero este sistema induce directamente a ello), y le pone un control cada día a la salida de las comidas o cenas?
Y desde aquí lanzo una pregunta a las distintas asociaciones hosteleras: ¿es que no son ustedes conscientes de las consecuencias catastróficas que este problema puede suponer para el sector?
¿Se puede saber a qué están jugando con tanto aspaviento porque televisen partidos de fútbol (es absurdo pretender que se prive al pueblo de su deporte nacional en beneficio de los intereses espurios de ciertos empresarios), y sin embargo no se hayan movilizado contra esta espada de Damocles?
La D.G.T. alega que en un alto porcentaje de accidentes se encuentran trazas de alcohol en los conductores, y que tal evidencia justifica la persecución. Esperemos que la estadística no les dé mas pistas, porque mediante esa regla de tres, quizás mañana se nos prohíba conducir a todos aquellos que tengamos sobrepeso, que seamos morenos, fumadores, o incluso que hayamos comido pan ese día, porque esos números también podrían utilizarse.
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