El carné por puntos y el Santo Oficio
Estaba leyendo un libro muy entretenido, La Catedral del Mar, y en una parte en que el Inquisidor General de Cataluña, Nicolau Eimeric, maquina toda una treta para apoderarse de la fortuna del protagonista, un acaudalado prócer de la ciudad de Barcelona, me entró una extraña desazón: ¿a qué me recuerda esto? me pregunté, y de pronto, me vino a la mente la respuesta: al carné por puntos.
A pesar de la mezcla de sangres que tenemos todos los españoles, parece como si hubiese un factor genético constante en todos los que acceden a algún tipo gobierno, sea este cual fuere, desde el sargento chusquero, hasta el Ministro de la Gobernación, una especie de cromosoma de feudalismo que incita al individuo a joder al prójimo.
En la citada novela, que describe con desgarradora fidelidad la estúpida crueldad con que los nobles y prebostes de la Iglesia exprimían hasta la muerte a los indefensos payeses y comerciantes, vemos como cada vez que al Rey se le ocurría alguna nueva guerrita y necesitaba oro para costearla, exprimía hasta la fractura a sus abnegados súbditos que, no pudiendo ya cumplir con las demandas reales, o bien se rebelaban, o bien caían ante las armas de aquellas huestes a las que siempre habían pagado, supuestamente para que velasen por sus intereses.
En cualquier caso el resultado era el mismo, miseria. Miseria provocada por unos mandatarios caprichosos e incompetentes que no veían el límite de hasta donde podía apretar las tuercas a los ciudadanos contribuyentes.
En España, la Inquisición fue abolida a mediados del siglo XIX, que manda Huebos, pero ese sentimiento de desprecio por los derechos de los ciudadanos, se ha mantenido en las retorcidas cadenas genéticas de nuestros gobernantes mediante complejas mutaciones, hasta llegar a este esperpento con que nos acaban de dar otra vuelta de rosca.
Es por el bien de todos, nos dicen, machacando a los conductores desaprensivos, los prudentes irán más seguros y nuestras carreteras serán como jardines en flor en vez de campos de batalla.
Buena campaña publicitaria, lo reconozco, pero ¿me pueden decir porqué no se han retirado previamente todas las limitaciones de velocidad instaladas de forma incoherente en cientos de puntos de nuestras carreteras donde habitualmente se apostan controles móviles?
En la autovía de Avilés, en el tramo que estuvo en obras por el entronque de la nueva circunvalación, se mantiene un tramo a 80, nadie sabe porqué, salvo para que los Mangas Verdes hagan su cosecha, como denunció hace ya más de dos meses el diario La Nueva España.
¿Es por nuestro bien poner en medio de una recta un cartel de 70, sin ton ni son, para que la benemérita recaude su tributo, provocando frenazos y no pocos accidentes, entre unos conductores que simplemente intentan no caer en la trampa?
Pero lo más sangrante está en esa grotesca limitación de 0,25 mg/l de alcohol que nos puede amargar la existencia y que de hecho, a quién está arruinando ya es a la hostelería, y de paso a nuestras buenas costumbres gastronómicas.
Me preguntaba David el de La Tabla, una de las grandes cocinas del Principado y quizás la mejor oferta de vinos de España, porqué hacía tanto tiempo que no iba por allí, y le contesté la verdad:
- Porque comer en tu casa con agua es un crimen, y arriesgarme a perder el carné, una temeridad.
- Ya, me respondió cariacontecido, no eres el único, llevo más de un año sin reponer los grandes maltas porque ni Dios pide un destilado, los que conducen por miedo y los acompañantes por solidaridad.
Y detrás de las copas vendrán los vinos y detrás de los vinos la comida, porque en España comemos con agua cuando estamos en el hospital o a régimen, pero no cuando salimos dispuestos a pagar 50€ o 100€ por disfrutar de una buena mesa.
Como ya hace años avisé de la que se avecinaba y ambos artículos están en esta web (Alcoholímetros nefastos y Alcoholímetros y asociaciones de hostelería ), no voy a repetir cuales van a a ser las consecuencias de esta aberración legislativa, solo advertir de lo que está sucediendo ya en Francia: La cantidad de conductores que circulan sin carné es de tal envergadura, que el Gobierno galo está ya planteándose hacer una reforma de la ley y aplicar una amnistía general porque, de seguir así, el caos social que se puede desencadenar, llevaría a una anarquía imposible de reconducir a los cauces del estado de derecho.
En España siempre se ha mantenido la sana costumbre de comer con un par de copas de vino, pero las autoridades quieren que bebamos como los anglosajones, a escondidas, para emborracharnos como enfermos, como criminales.
De momento las cosas están así y solo cabe patalear, que es lo que estoy haciendo. Esto y tener mucho cuidado, porque después de once meses de presión en el trabajo y en la ciudad, las vacaciones nos incitan a mandar todo a paseo, a disfrutar un poco de la vida, a pasar un buen rato comiendo sardinas con vino fresquito, pero recuerden, la pasma no descansa, así que, hasta que no vacunemos a los gobernantes contra la estupidez, habrá que cumplir las normas, porque terminar las vacaciones y encima sin carné, puede ser como para echarse al maquis.