Cofradías gastronómicas
De un tiempo a esta parte parece ser que cada ayuntamiento, pueblo o hasta parroquia, cuando no sabe qué santo venerar, o como rentabilizar el presupuesto de su comisión de festejos, recurre a organizar unas jornadas gastronómicas, una cata de sidra, y un concurso de cocina en torno a cualquier asunto local, por peregrino que sea.
El siguiente paso es formar una cofradía gastronómica en defensa de un producto cualquiera, aunque sea importado de Noruega, y a partir de ahí ya es el todovale, porque como, según ellos, el fin justifica los medios, pues Viva Dios que nunca muere y tira p’alante que cuela.
Pero las cosas no son así, o al menos no deberían serlo, porque la gastronomía es un tema muy serio, no solo como recurso económico si no ante todo cultural, y tratarlo frívolamente hasta el punto de llevarlo al esperpento, es, o debería ser, motivo de control administrativo (por ejemplo se podría cortar el chorreo de subvenciones que patrocinan festejos absurdos, dejando huérfanos proyectos formales con objetivos de estudio y promoción de determinados recursos agroalimentarios).
¿Son por tanto las cofradías unas peñas de amigotes que se juntan de vez en cuando para comer de gorra , echar un mus y sacar algunos duros a la administración?
Desgraciadamente esa es la imagen habitual, y puede que haya alguna que así se comporte, sin embargo, como conocedor del tema, he de romper una lanza por estos colectivos, porque en su mayoría desarrollan una labor sorda de gran importancia para la gastronomía asturiana, y si su caracter es lúdico y su ambiente natural tiene aspecto festivo, eso es sencillamente porque la buena mesa debe ser alegre, y ya que están haciendo una labor altruista, pues al menos tendrán derecho a pasarselo bien.
Vamos, digo yo.
Pero vayamos a su parte formal, a la desconocida, a la creativa, porque farturas aparte, los que tiramos del carro, sabemos la pila de horas que se gastan gratuitamente en cada uno de estos actos.
Pongamos por ejemplo la del Curadillo, que además de haber recuperado un producto típicamente pixueto y haberlo difundido por toda España, está editando una colección de libros sobre productos de nuestra mar, que ya en su tercer volumen, ha despertado verdadera expectación en todos los medios de comunicación, incluso internacionales.
Y qué decir de la del Sabadiego, que de un humilde, casi miserable embutido, ha montado un zafarrancho que pone cada año a Noreña en boca de medio país.
«¿Pero qué demonios es eso del sabadiego? me preguntaba el otro día en Madrid, Andreu Parra, un colega catalán, porque oigo hablar de él por todas partes, y todavía no me he enterado de qué se trata.»
«Pues ven a Asturias y pruebalo, le contestó Pedro Morán, que para eso se molestan los de la cofradía en convocar un Premio nacional de periodismo».
¡Touché!
¿Y qué me dicen de de la Guía de Quesos de Asturias que hizo La Cofradía de Amigos de los Quesos del Principado de Asturias (editada por Cajastur), pues sencillamente formidable.
Parece que ya es inminente la aparición de la Dieta Cantábrica, obra de la avilesina Cofradía del Colesterol, otra aportación más.
Pues señores lectores, todo esto es cultura, y futuro patrimonio de Asturias, que no solo hacen altruistamente los cofrades, si no que encima les cuesta sus buenos duros.
¿No es como para tomarselo en serio y reconocer públicamente su labor?
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