Prádio
Extracto del libro La Bodega en casa y sus maridajes, del que pueden ver más pinchando en +
Un Mencía de La Ribeira Sacra
Hace veinte años, cuando un servidor hacía crítica gastronómica en un periódico de Lugo, me enamoré de esta región y me volqué en intentar convencer a los bodegueros que los tiempos estaban cambiando y que había que vinificar con más mimo, con más entendimiento, y no mezclar uvas sobremaduras con otras verdes, blancas con tintas, y otras aldeanadas por el estilo. Pero como todo el vino se vendía por San Froilán, pues ¡Viva Dios!
Ahora, en la otra orilla, sus vecinos orensanos están viendo el movimiento que está viviendo el Ribeiro y ellos también están espabilando, como es el caso de esta bodega que cuenta con un hermoso complejo hostelero, donde les aconsejo que se regalen con un fin de semana de enoturismo. Sobre todo en otoño, que es una divinidad.
Como saben los buenos aficionados, la uva Mencía es muy sensible a los diferentes terruños en que se cultiva, por lo que no vale sostener el estereotipo de un Mencía de El Bierzo para compararlo con los de esta D.O., porque no se parecen en nada.
Aquí son más ligeros, muy florales, con perfumes a violetas y bosque verde, y una fruta madura y golosa, pero no cargante, casi más bien ligera, entendiendo como tal que en boca es suave y sedoso, no áspero ni demasiado carnoso, pero desde luego con una magnífica estructura, capaz de competir con los más poderosos. Yo diría que me evoca a los vinos de Borgoña, que parecen muy femeninos, pero que cuando tienen que dar el Do de pecho, suben por encima de los más fuertotes.
Conviene tomarlo fresquito, sobre los 12ºC de nevera para que en copa, nos llegue a la boca entorno a los 15ºC.
Con qué disfrutar de este vino
Callos a la gallega (ver receta)
Tenía previsto servir este vino con el clásico pulpo a feira, pero coincidió que tenía unos callos con garbanzos, que es como se comen en Galicia, y cuando los probé con este vino, me llevé una de las más agradables sorpresas de la investigación de este libro, porque al fuerte sabor de los callos, que en otras ocasiones recomendé con vinos blancos perfumados de Verdejo, al probarlo con el Pradío la combinación resultó aún más espectacular, porque el vino se venía arriba a la vez que refrescaba la boca y el conjunto se convertía en una autentica orgía de sabores que nunca olvidaré.
No les voy a dar la receta porque lo que hice fue coger medio bloque de callos de Casa Milia (sin comparación, los mejores de España), añadirles un bote de garbanzos precocidos y dejar cocer a fuego lento durante una hora para que se mezclasen los sabores. Más fácil que el mecanismo de un palillo, y de chuparse los dedos.
Pero este vino da para mucho más que para comer callos, porque es tan fresco que se puede beber a todas horas, incluso con productos prohibidos, como los espárragos o las alcachofas. No obstante a mí me pega más con los platos clásicos de la gran cocina gallega, con las empanadas, los cocidos y los quesos, claro.