Pollo al ajillo
En España este plato se come en los bares, sobre todo cuando el presupuesto no da para percebes, pero en pocos saben hacerlo con gracia, incluso hay rancheros que lo preparan en esa malditas freidoras de aceite venenoso.
En realidad es una bobada, porque casi lo más difícil es trocearlo ad hoc y eso se lo podemos pedir al carnicero, así, sin más: “Pártamelo para hacerlo al ajillo”. Claro que si mi querida Conchitina dijese eso en su mohoso Manchester, seguro que terminaría en Scotlan Yard con una camisa de fuerza.
Si vive usted en uno de esos países bárbaros que no comen ajo, pídale al carnicero que le despiece el animalito y luego lo rompa todo a hachazos hasta dejarlo reducido a trocitos del tamaño de un huevo. Vamos, como si hubiese pisado una mina de esas que ponen los gringos en Irak para jugar con los talibanes.
La receta.
Yo pongo los trozos a macerar un par de horas en salsa de soja con ajo picadito y jengibre rallado, como los yakitoris, pero eso no lo ha hecho antes nadie en este planeta, ni siquiera los cocineros modernos asturianos. Ni los japos, claro, porque ellos no usan ajo.
Para ser más castizos (es que, aunque soy asturiano, nací en Chamberí), se puede adobar con ajo, perejil, vinagre, sal y pimienta.
Conviene usar bastante aceite para que queden crujientes. Hay un truco que consiste en escurrirlos bien, pasarlos por harina de rebozar, sacudir hasta que queden casi limpios y a freír. Es como más ricos quedan, pero deben bañarse en aceite muy caliente.
Si lo hacemos solo para nosotros, como una alegría en nuestra triste soledad, pues es mejor prescindir del crujientín y usar menos aceite.
Echamos los torzos de ajos en el aceite caliente y mientras coje color, partimos los en grueso ajos y luego los echamos a la sartén y la tapamos. Quizás esto sea el toque maestro, porque así se hace todo a la vez pero sin quemarse los ajos, que es la ruina del plato.
Como ven en la foto, les he puesto un poco de guindilla. A mí me encanta que esté picantín, pero solo si podemos ponernos ciegos de mojar pan y beber cerveza.
También me gusta terminar el frito con un chorrito de vinagre, pero hay que tener cuidado porque si aceite está demasiado caliente, podemos montar un bombardeo del quince. Es un toque ácido que alegra mucho, incluso fuera del fuego, para evitar riesgos.
Se puede servir con un puñado de patatas fritas recién hechas, pero eso es cuando comemos fuera, porque ya con el jodío pollito, habremos puesto la cocina curiosa de aceite.
Lo mejor, una buena cañita de cerveza helada en una terraza de Las Vistillas, y con una buena chulapa al lado. Pero también está muy rico con un tinto joven fresquito, y si el bodeguero no es amigo o el mes anda un poco chungo, pues con gaseosa, que para eso está. Bueno, y si estamos en Asturias, unos buenos culinos de sidra, claro, cinco o seis botellas per cápita, que con el ajito, entran de vicio.