¿Qué comen los niños?
A Dª María Mestayer de Echagüe, más conocida por La Marquesa de Parabere, aunque nunca tuvo ningún titulo nobiliario (lo digo porque algún erudito la cita como tal), la ponían de merienda un bocadillo de rosbif y a otras compañeras del colegio de DªCelia, solo una rosca de pan con aceitunas.
Eso era en la Sevilla de finales del XIX, pero en los madriles de mediados del XX, a los niños nos daban pan con chocolate y el pronóstico de vida, para quienes nos criamos en aquellos oprobiosos años, es de más de ochenta años.
Ahora, a pesar de los avances médicos previstos para las próximas décadas, la O.M.S. vaticina que las generaciones del Bollycao, difícilmente superarán los sesenta.
¿Será una forma encubierta de control demográfico?
No creo que haya mentes tan diabólicas para diseñar tal plan de exterminio, sobre todo porque esas personalidades tienen cierto apego a su raza y, ya puestos a diezmar el mundo, pues acabarían con los africanos y asiáticos, no con los occidentales.
El motivo está en la descontrolada carrera comercial de las multinacionales de la alimentación.
Son instituciones que han superado al hombre. Sus necesidades de expansión llegan a devorar a sus propios directivos y, en no pocos casos, a autofagocitarse.
Yo sé de personas honestas cuya ética les obligó a proponer medidas restrictivas en esa dramática carrera sin final llamada competencia y que fueron defenestrados ¡con el beneplácito de otras personas honestas que sabían que obraban contra su ética!
Un análisis superficial de los alimentos más comunes, pone los pelos de punta.
El uso indiscriminado de añadidos lácteos y glucosados, caseína, grasas animales, almidón, azúcar, etc., es practica común en cualquier producto de uso diario, incluso algunos tan supuestamente limpios como el pan o jamón de york.
Problemas como la halitosis (mal aliento), ardor de estómago, alergias e intolerancias severas, cefaleas o alteraciones intestinales, son tan comunes en jóvenes, adolescentes y hasta niños de nuestra sociedad, que ya parecen formar parte de su vida cotidiana, cuando tales dolencias eran considerados como achaques de la vejez en las generaciones pasadas.
Esta es una revista de jóvenes, echa por profesionales jóvenes y para lectores jóvenes, por eso, cuando pidieron una colaboración a un vejestorio como yo, me pareció oportuno prescindir de mi habitual humor y sarcasmo, para ofreceros un campo de reflexión en esta sección de "Leyendas y pueblos con historia", porque un pueblo no es una raza, sino lo que come y, salvo ligeros matices regionales, la población adolescente europea se alimenta de preparados industriales, pizzas, congelados para el microondas, hamburguesas, bocatas, etc.
Me hubiera gustado contar las leyendas de las angulas o los salmones, como los pulpos gallegos se comían en la meseta castellana y no en Galicia, porqué le maíz fue maldito en vastas regiones, o si es cierto que los monjes de Cluny trajeron a Rías Baixas la uva albariño desde la lejana Alemania. Pero me pareció más serio poneros este asunto sobre la mesa, quizás así algún joven, al percibir el hedor que desprende la boca de su deliciosa y juguetona novia, recuerde este penoso artículo y concluya que es mejor dejar de comer gusanitos e investigar porqué él, a sus escasos veinte años, ya sufre de hiperacidez gástrica.
Quizás la nueva historia de nuestros pueblos sea esta, pero es una triste historia
A las vampiresas mamás actuales y a los papás modernillos, esos de chandal en fin de semana y reluciente todoterreno para ir de compras, quizás les parezca innoble que sus vástagos merienden un trozo de pan con aceite y azúcar, como nos daba mi tata.
Pero cuando ese hijo tome conciencia de que la permisividad a sus caprichos infantiles le ha llevado a una decadencia fisiológica propia de la senectud (os aseguro que regular los índices de colesterol y triglicéridos, no es broma y menos aún las consecuencias de esas patologías precoces), no estaría de más que les dijese: “Comprabais mis zalamerías con golosinas en vez de esforzaros en alimentarme adecuadamente y ahora, por culpa de esas debilidades y negligencias, soy un inválido. ¡Menudos padres!”
Desgraciadamente, la mayor parte de los que abráis esta revista no llegaréis a leer esto, porque preferiréis conocer las últimas novedades de la PlayStation mientras crujís en vuestra boca cualquier compuesto de polisacáridos con sabor a barbacoa, pero las hemerotecas tienen buena memoria y, quizás algún día, cuando tengáis que alimentaros obligatoriamente con potitos, vuelva esta página vuestras manos y comprendáis al alcance de este apocalípsis.
Por lo pronto, para los curiosos que lleguen a estas líneas, propongo el plato que ilustra el artículo y que prepara tan fácilmente como resumo a continuación.
En una olla grande, muy grande, ponemos un vaso de vino blanco, pimienta negra machacada, perejil picado y aceite de oliva. Se lleva al fuego tapada y, cuando empieza salir vapor, vertemos los mejillones a lo bestia.
En apenas tres o cuatro minutos volverá a salir vapor, entonces destapamos y removemos todas las conchas para que no quede ninguna por abrir.
Se deja tapada otro minuto y ya están.
Esta es mi humilde contribución con la juventud, una puerta fácil y barata por la que entrar en el fabuloso mundo de la gastronomía (en recetas podéis ver otras 3.000 más).
El resto está en vuestras manos.
Por lo pronto, yo me voy a zampar estos mejillones que están diciendo “¡cómeme!”.
Si le interesa leer más sobre este tema, pinche en el icono Buscador (ángulo superior derecho de su pantalla) y escriba la palabra objeto de estudio. También le recomendamos consultar en La Dieta del Cantábrico.