La dieta de las albóndigas
Uno de los más dramáticos problemas que se nos plantea a los seguidores del régimen (me refiero obviamente al dietético), es que al ya de por sí lúgubre sacrificio del platito de acelgas, se nos suma el martirio de la preparación, que no sé si será por saña o inconsciencia, pero todos los endocrinos suelen diseñar unos menús bajo estructura de fórmula magistral, con lo que para engullir una miseria de calorías, hay que pasar horas encerrado en la cocina, con la mortificación que implica ver esas baterías de sartenes vacías pidiendo guerra.
Luego viene la compra. Llega uno al carnicero y le pide 100 gramos de carne de cordero magra, como dice el prospecto, y lo más fácil es que el régimen acaba en ese preciso instante, pero además de forma trágica, porque ya sea este noble profesional, o el pescadero, o el quesero, o el que se tercie, lo más fácil es que nos filetee la nariz antes que perder el tiempo cumpliendo los designios de nuestro médico de cabecera.
Así, casi todos nosotros, que somos personas solidarias con el sufrimiento ajeno, pues nos llevamos esa lubina de kilo y medio que siempre solíamos comprar, con la sana intención de ir poco a poco consumiéndola en el menú.
Pero claro, 1,5 kilos de lubina, repartidos en dosis de 100 gramos (a eso me niego a llamarlo ración), supone que vamos a comer lubina durante quince días seguidos. Y de la misma, con lo que régimen ya entra en un plano escatológico casi sórdido.
También se puede reunir diez amigos para comer todos a dieta, pero la praxis demuestra que al cabo de tres o cuatro días, no solo no se logra el propósito, sino que generalmente se arruinan amistades que han sobrevivido toda una vida.
¡Dios mío que drama! ¿Que hacer? ¿Renunciar al régimen y llevar ese fracaso en la conciencia de por vida? ¿Abofetear al médico hasta que nos autorice a comer como personas?¿Comer solo una vez a la semana todo junto para hacerlo más viable?
¡No!
He aquí la solución: hacer albóndiguillas.
El principio es el siguiente.
En vez de pedirle al carnicero 100 gramos de carne de cordero magra, lo cual pondría en peligro nuestra integridad física, le pedimos, un suponer, 300 kilos, con lo que se pondrá de lo más contento. A partir de ahí está en nuestras manos. Entonces le exigimos que nos separe huesos y tendones, para hacer caldo, sopas, y purés (eso viene el próximo viernes), la grasa para él, que está muy rica, y la carne magra, en paquete aparte.
Con esta carne hacemos unas albóndigas, y a partir de ahí es muy fácil, una regla de tres: si 300 kilos de carne dan 30.000 albóndigas, cada albóndiga lleva 10 gramos de carne, luego en cada comida no hay más que comer 10 albóndigas, y ya está solucionado el problema.
Y digo cordero, pero puede ser ternera, pollo, pavo, pescado de mar o río, marisco, vegetales ...
Se hacen todas de una tacada (ver receta en página 64, en esta web está en Albóndigas de pollo), se congelan, y ya tenemos la comida de dieta hecha hasta el 2000.
¡Hay Señor! porqué no habrá un Premio Nobel para los cocineros.
Pueden ver la receta pinchando en Albónigas de Dieta.
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