Dieta para gastrónomos
Era uno de esos encuentros inevitables, como el de la vida y la muerte, que tarde o temprano tenía que suceder y ha sido ahora: me han puesto a dieta.
Decía nuestro viejo maestro de las letras gastronómicas, Julio Camba: «Tenga usted siempre un régimen alimenticio, un régimen contra la obesidad, contra la arteriosclerosis o contra cualquier cosa, y cuando le den a usted una mala comida, apóyese en el régimen. Es la mejor política».
Bien, pues este no es mi caso, a mí me han puesto a dieta para salvarme la vida, eso dicen, y uno de los dramas de ser un gastronómo a régimen es tener que defenderse a cada momento de la crueldad de los anfitriones.
«Hombre, me decía ayer el propietario de un restaurante, me parece muy mal que precísamente hoy que vienes a mi casa te pongas a dieta. Tengo ahí preparados diez o doce platos y unos cuantos vinos que quería que probases y me dejas colgado. ¿No te lo puedes saltar un día? Tampoco creo que te pase nada por saltartelo una vez».
Pero lo que no sabe este buen amigo es que al día siguiente me sucederá lo mismo en casa otro colega y así día tras día hasta que el colesterol, los trigliceridos o las transaminasas me lleven al molde.
Nadie que no haya pasado por este amargo trago se puede imaginar la sensación de soledad y marginación que vive un ciudadano a régimen.
¡Si al menos hubiese alguna O.N.G. para los desamparados de la gastronomía, una asociación como la de los alcohólicos o los enfermos de Alzeimer para poder compartir las angustias!
¡Piedad! os suplico.
Sed bondadosos con un pobre desgraciado que está sufriendo una grave enfermedad laboral, porque para un gastrónomo la gota, la obesidad, la hipertensión o la cirrosis, son consecuencias directas de nuestro trabajo.
¿Se imaginan ustedes decirle a un carpintero a quién una sierra le ha llevado por delante las dos manos «Venga Manuel, tocanos las castañuelas como tu sabes»?
No me negarán que es una crueldad, bueno pues algo así es lo que siento cuando me sacan unos tortos con picadillo o la botella de Macallan 12 después del café.
Por caridad, sean benévolos con un pobre crítico a dieta.
Ya sé que muchos quieren mi cabeza y al leer esto me enviarán botellas de Bollinger a mi casa con la sana intención de verme reventar, pero yo les aseguro que haré examen de conciencia y si salgo con bien de esta, de aquí en adelante seré mucho mas bueno, hasta con los políticos, si es menester.
Mi buen amigo, Jesús Bernardo, el nutriólogo responsable de mi salud y de haber adelgazado a medio Avilés y a otro 35% de Gijón, me ha dicho que no me puede dar la baja porque entonces los lectores de EL COMERCIO se quedarían sin la diversión de los jueves y encima yo me moriría de hambre (los gastrónomos no tenemos subsidios), lo cual desacreditaría su brillante carrera, de modo que mi sino es seguir vagando por los comedores asturianos probando potes y fabadas, por ello, queridos cocineros, os pido comprensión, solidaridad, no seais diabólicos ni jugueis con las tentaciones luciferinas de ofrecerme anguilas ahumadas, cigalas al vapor, lampreas en su sangre o becadas al salmís, porque de lo contrario la venganza del cordero será terrible, abriré el séptimo sello y sereis testigos en propia carne del Apocalipsis.
Si al menos yo me creyese algo de lo que escribo, a lo mejor sería capaz de respetar esta dieta, verdadera penitencia del Santo Oficio, pero lo veo bastante oscuro.
Pueden ver la receta pinchando en Albónigas de Dieta.
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