Cocinar para congelar
Hechos todos los buenos propósitos necesarios para acometer un régimen, mentalizados de la vida sana que vamos a llevar durante los próximos meses, concienciados de esos pequeños detalles que como la presentación de los platos que comentábamos la semana pasada harán de nuestro calvario un camino de rosas, vamos ya a meternos en harina, y para ello hay que empezar por montar bien la nevera.
Recuerden que esta es una cocina para solitarios, para los lobos esteparios de la actuales urbes, y por eso la planificación es un arma imprescindible para nuestra supervivencia.
Es básico tener preparados fondos de carne, pescado y verduras. Con estos ya listos y congelados, en un santiamén podremos preparar cualquier plato con la materia prima que hayamos comprado de vuelta a casa. O incluso echando mano de lo que tengamos en la despensa, como puede ser arroz, pasta, cuscús, etcétera.
También es muy práctico tener congeladas buenas raciones de sopas y cremas naturales, que reconfortan el cuerpo, son muy sanas, y deliciosas, y con un poco de queso después, o un yogur con müesli, ya tenemos una sabrosa y nutritiva cena. (Obviamente no me pronuncio sobre esos polvos que se comercializan como sopas instantáneas porque caería en lo soez. Incluso les digo es que si tuviera que cenar esos preparados, en menos de una semana caería en depresión, o abandonaría el régimen, claro).
Entre estas preparaciones de base también se pueden hacer combinados para platos, por ejemplo un sofrito de pollo, mejillones, calamares, ajo, tomate y azafrán. Si nos apetece hacer una paella, no hay más que calentar una, dos o tres porciones, con la parte de agua correspondiente, añadir el arroz, y en menos de un cuarto de hora nos hemos podido hacer una paella individual, doble, o “menage a trois”, según se tercie, capaz de solucionar brillantemente el trance.
¿Y que me dicen de un buen pisto?
En la finca de mis padres durante el verano se preparaban grandes fritadas de pisto con los productos que cada día se sacaban de la huerta, luego se congelaban en los envases industriales de los helados, y con aquel invento preparábamos durante casi todo el año una deliciosa piperrada, objeto de ineludible reseña en todas las guías gastronómicas.
En casa, además del saludable y exquisito plato navarro ya citado, podemos usarlo para acompañar una buena pasta, o hasta ese insípido medio pollo asado que nos quedó en la nevera, que así recalentado, resultará chachi.
Ni que decir tiene que siempre hay que tener algunos guisos, lentejas con manitas de cerdo, pote asturiano, alubias de Tolosa con morcilla, cocido de garbanzos, etcétera, pero esto ya no es menester recordarlo porque es una consecuencia natural que todos los cocineros solitarios conocemos: no vas a cocinar una sola ración de fabada, harás una perola, y después de comer, si sobran dos o tres raciones, pues al armario.
Sí conviene aconsejar sin embargo dos preparaciones muy versátiles y que sin embargo no suelen ser frecuentes en las casas: las croquetas y las albóndigas. Se congelan muy bien, y dan un juego increíble.
Ejemplo: gran mariscada con partenaire (no especifico sexo porque solitarios somos todos, hombres y mujeres), sobran dos langostinos, y medio centollo. Al día siguiente, obviamente no querremos ni verlos. Solución: se preparan unas croquetas de marisco, y a la siguiente oportunidad, no hay más que freírlas, ...y a gozar.
Pueden ver la receta pinchando en Albónigas de Dieta.
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