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Postres acalóricos

Helado de frambuesas
 
Helado de frambuesas
Diario El Comercio año 1998.
 

No es por amargarle la vida a nadie, ni porque le tenga inquina a los confiteros, ni menos aún fobia alguna hacia la tarta gijonesa, pero haciendo un somero recuento de calorías de lo que suponía una ración de este delicioso postre (según las tablas del INCAP-ICNND), el resultado fue que superaba con creces las 1.000 kilocalorías, es decir, que solo con el postre, ya rebasaría el tope impuesto por el endocrino para el conjunto de las cuatro comidas que tengo que hacer al lo largo de todo el día.

No se pueden imaginar el cargo de conciencia que me entró cuando rebañaba las últimas miguitas del plato. «Que barbaridad, me dije a mi mismo, con lo rica que estaba y lo inofensiva que parecía, y en realidad se trata de una auténtica arma letal». Así que me tomé el café con sacarina, y en paz. Pero de este tema ya hablaremos con más calma otro día.

El caso es que cuando diseñé este magnifico régimen, por el que aspiro Premio Nobel de los Fogones, y lo digo una vez más para quién no lo haya leído aún, se me planteó la terrible vicisitud de tener que renunciar a un derecho constitucional como es tomar un postre después de cada comida, o caer en las garras de las multinacionales de la alimentación ligth, porque si en la normal se hacen barrabasadas, en la dietética ya se entra de lleno en el campo de lo escatológico.

Pero no.

Una vez más el brillo de la mente humana triunfó sobre las tinieblas de la propaganda anglosajona, y de una forma cuasi milagrosa, encontré una vía de escape: la clara de huevo.

Sí, señoras y señores lectores de EL COMERCIO, a veces hasta yo mismo me asombro de mi capacidad resolutiva y sublimadora ante las más dramáticas adversidades.

En la clara de huevo estaba la clave del éxito, y es que resulta evidente e indiscutible, que el trabajo que hay que desarrollar para levantar a punto de nieve unas malditas claras, es casi diez veces superior a las calorías que estas proporcionan.

Bien es cierto que por esa misma regla de tres, también sería un buen alimento de régimen la carne de toro, porque no se imaginan ustedes la cantidad de energía que puede consumir uno para hacerse con un Miura, sobre todo en campo abierto, pero ahí entran ya demasiadas componentes y valoraciones éticas, y por eso en su día evité tal recomendación.
Pero los merengues, ¡hay madre mía que estás en los cielos!, hay que ver lo ricos que están, y las pocas calorías que tienen.

Y encima, una vez captada la idea, podemos hacer mil variantes, desde los deliciosos suflés, hasta esos esponjosos postres de merengue batido con gelatina, nata (en este caso yogur acalórico), y frutas, que los franceses, que son muy suyos, llaman «mousses», o sea, espumas, y nosotros, que en cuestiones de semántica gastronómica somos bastante imbéciles, pues onomatopédicamente, decimos «mus», monosílabo que salvo que la pareja contraria haya hecho la seña de duplex o de treinta y una, pues no quiere decir nada.

Como siempre en la página 64 tienen ustedes un detallado compendio de ideas para aplicar esta sofisticada tecnología en diversos postres, tales como sorbetes, espumas, suflés, y demás delicias postreras.

 Si le interesa leer más sobre este tema, pinche en el icono Buscador (ángulo superior derecho de su pantalla) y escriba la palabra objeto de estudio. También le recomendamos consultar en La Dieta del Cantábrico

Escrito por el (actualizado: 27/08/2015)