Recetas de Ensaladas

¡Ojo celiacos! En este encabezamiento ponemos el distintivo de Sin gluten porque la casi totalidad de ensaladas están exentas de esta proteína, pero digo casi, porque hay algunas como las ensaladas de espaguetis, fideos, pasta, o el Tabulé, que SÍ contienen gluten (está indicado en la receta).

Hablar de la historia de las ensaladas es algo así como descubrir el origen de la Humanidad, porque es obvio que el hombre empezaría por comer hierbas crudas antes que pensar en cocinar, y como un servidor procura siempre huir de los estereotipos y de las estupideces, pues no me pronunciaré al respecto, pero lo que sí les aconsejo, es que pongan en su buscador (no en el de la web, si no en Google u otro), “Historia de la ensalada”, porque podrán desternillarse de risa, leyendo las chorradas más descabelladas que puedan imaginar.

La vida de las ensaladas a lo largo de la historia ha sido muy cambiante, porque en algunas culturas y épocas, se consideraba ingrediente imprescindible en mesas reales, mientras que en otros momentos, era considerada como comida de vacas: “La mejor ensalada, aliñada con el aliño más superior, hay que tirarla, porque el hombre no ha sido criado para comer hierbas como los animales que anda en cuatro patas” Alejandro Dumas en su “Gran Diccionario de Cocina”.

El genial ángel Muro, en su libro El Practicón, le dedica nada menos que cinco páginas a una parodia, escrita por amigo Ángel Pons, que ridiculiza a los comedores de ensaladas en una serie de ilustraciones llamada “La Ensalada Higiénica”, en la que, después de muchos cuidados y atenciones en la elaboración de la receta, termina tirándola por la ventana, aconsejando así: “4º - Al despertarse, al día siguiente, se levanta uno de la cama y cogiendo la ensaladera con las dos manos, se tira a la calle. Es la única ensalada higiénica que se conoce.”

Hasta el propio maestro Álvaro Cunqueiro, escribía en su libro de cocina gallega: "No es el gallego un pueblo al que se le haya dado mucho por las ensaladas".

En mi tierra, Asturias, hasta hace pocos años, cuando uno iba a comer a un chigre de aldea, podía ponerse ciego de pollos camperos, huevos caseros, chorizos, pote, callos, etc., y pagar cuatro duros, pero si la señora de la casa decía la frase maldita “¿Quieren que les haga una ensalada?”, eso implicaba que te había visto cara de madrileño y por esa lechuga con cebolla, te cobraría más que por el resto del banquete. De hecho, mi suegro, que era muy fanfarrón, cuando nos invitaba en vacaciones a alguna cuchipanda, esperaba a que estuviésemos todos sentados a la mesa para decirle al tabernero en voz alta: “Pónganos vino de Rioja y prepárenos unas ensaladas, para que no falte de nada.”

Por el contrario, en París, pidas lo que pidas, en tu plato siempre habrá una verdadera selva de hojas multicolores, casi siempre aliñadas con salsa de mostaza, que incluso suelen saber bien.

Nuestra actual sociedad ligth, come ensaladas hasta para desayunarse.

La verdad es que un tomate de huerta, con un buen pan y un poco de jamón y queso, hacen un delicioso almuerzo, incluso desayuno, porque, en la masía de Raimat, con una resaca indecente y un día por delante que auguraba calamidades, probé este desayuno payés y me dejó el cuerpo como un reloj suizo, o sea, impermeable.

Esta sección es inmensa, porque considero como tal grandes platos como el Carpaccio de boletus , la Ensalada de Centollo, la Ensalada de Paloma escabechada, la Escalivada , el Salpicón de langostinos , o el Tofu no Sanbaizu, pero bueno, así hay donde elegir, incluso sin lechuga, para no ofender a los maestros Alejandro Dumas, Álvaro Cunqueiro o Ángel Muro.

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