Empanadillas de jamón y queso
Vaya por delante que esta es una de esas cochinadas que suelen publicarse en las revistas femeninas y que luego las señoras copian y pegan en mil blogs de cocina hasta recibir la medalla de bronce por su aportación a gastronomía.
Es una marranada, pero mi pasión por las empanadillas es tan grande que, una noche que no tenía ganas de ponerme a guisar el relleno tradicional de bonito (ver Empanadillas caseras de bonito), pues eché mano de lo que había por la nevera y saqué adelante este picadillo, que a pesar de cutrez culinaria, estaba rico.
Ya he dicho en otras ocasiones que no recibo comisiones de La Cocinera, ni tan siquiera han tenido el detalle de enviarme un e-mail de agradecimiento por las citas que hago, pero a pesar de la grosería de la multinacional Nestlé, para mi esas obleas son una tentación, me saben a infancia, a tardes en que mi madre quería regalarnos con alguna golosina y hacía aquellas fascinantes empanadillas que nunca he logrado superar. Hasta he llegado a freírlas sin relleno, como si fuesen uno de esos maravillosos panes hindúes que hace tantos años que no he vuelto a probar porque en Asturias las especias son tabú.
A cuento de las especias, quiero reseñar que las que he puesto en los ingredientes son las que habitualmente llevan las empanadillas de bonito con tomate, pero podemos darles otros aires, por ejemplo hindú, con un poco de curry, marroquí, con Ras el hanout, o incluso sefardíes, mezclando comino con menta fresca, una versión muy peculiar que nos recordará las famosas borekas hebreas.
La receta
Como ya comenté, esta es una receta de fortuna, una cochinada de soltero que no tiene más misterio que picar ingredientes y mezclarlos en un bol.
Creo que lo único cocinado de este plato es el frito de las empanadillas y la cocción del huevo, así que al menos cuidemos estos dos detalles (ya he visto huevos duros precocinados en los lineales del Hipercor ¡el colmo!).
Ya puestos, quién cuece uno cuece tres, porque un huevo duro siempre apetece, aunque sea de aperitivo. Ponemos los huevos en un cazo con agua templada y los llevamos al fuego, de este modo evitamos que revienten y se salga la clara. Cuando rompa a hervir, contamos diez minutos y estarán en su punto. Para pelarlos sin problemas, los sumergimos en un bol de agua helada, incluso con abundantes cubitos de hielo. En cinco minutos estarán listos para ser pelados sin dificultad.
A partir de ahí, tabla y cuchillo. Picamos menudo todos los ingredientes y removemos bien el amasijo procurando que no queden trozos grandes que puedan rompernos la masa.
Colocamos las obleas sobre la encimera, conservando el papel que las separa para poder manipularlas mejor. Ponemos una cucharada de picadillo en el centro de cada una, doblamos con la ayuda del papel de grasa, apretamos bien el borde con los dedos, y terminamos sellándolas con la ayuda de un tenedor, el clásico festoneado de toda la vida.
Ahora viene la parte más peligrosa, la fritura.
Debemos usar una sartén algo honda y poner bastante aceite para que floten, es la forma en que menos grasa absorberán. El aceite debe estar bien caliente pero sin llegar a humear, porque conviene que las empanadillas no revienten y se hagan bien.
El punto es fácil de ver, cuando estén doraditas. Se sacan con una espumadera de alambre y ponen a escurrir sobre papel de cocina.
A mí me gustan tanto que hasta me las como frías, pero estas conviene servirlas cuanto antes para que el queso llegue fundido.
Un vino para cada pincho
La verdad es que este picoteo es bastante agradecido y se puede tomar con cualquier vino, pero para mí no hay mejor vino de aperitivo que el cava. Unas botellitas de Huguet bien fresquitas harán que nuestros amigotes se sientan como marajás bengalies.