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Historia del Chocolate

Coulant de chocolate
 
Coulant de chocolate
Publicado en revista Club de Gourmets, año 1992, como sección: Gastronomía V Centenario (Desgraciadamente, de los 10 artículos que constaba la serie, por razones espurias tan absurdas y necias que no merece la pena comentar, solo se publicaron 7 y, como los sistemas informáticos de la época eran practicamente máquinas de escribir, el resto se perdieron).

El tabaco, el chocolate ... y el Clero 

Comentamos en meses anteriores, algunas de las peripecias que tuvieron que sufrir todos aquellos productos que, llegados de las Américas, eran despreciados por la rígida sociedad conservadora española y que, posteriormente, cuando vieron cómo eran apreciados por las cortes europeas, y gracias al liberalismo y eclecticismo que nos trajo la casa de Borbón, entraron a formar parte de nuestra vida diaria.

Sin embargo, hubo dos artículos que desde el principio fueron aceptados por los españoles y permitidos tanto por el poder legislativo, como por la Iglesia, sin ninguna traba: el tabaco y el chocolate.

El primero fue fulgurante 

Los primeros marineros que acompañaron a Colón ya venían enviciados de mascar y fumar aquellas perfumadas hojas tan codiciadas por los indios americanos.Brownies

Dijimos que durante los diez primeros años nadie pensaba que se había descubierto un nuevo continente, y por tanto, la actividad se limitaba a tomar posesión de territorios para las coronas portuguesa y española y rapiñar todo el oro que se encontrase.

Sin embargo, la afición de los cubanos caló tan hondo entre los conquistadores españoles, que entre las clases más bajas y viciosas de nuestro país, esta droga se extendió antes de saber si era nociva o perjudicial.

Como es lógico, se empezaron a levantar voces contra los que consumían aquellos polvos que hacían estornudar y peor aún, contra los que fumaban las hojas enrolladas ahumando cantinas y burdeles, pero los médicos también encontraron propiedades curativas (me imagino que lo que pasaba es que les iba «la marcha»), y se popularizó hasta el extremo de que en 1634 el estado dedicó estancos para su comercio; es decir, que al igual que hacía con la sal, monopolizó el tráfico de este producto, dando concesiones en exclusiva, a personas acreedoras de tales favores.

Algo parecido pudo ocurrir con la coca. Sin embargo, al ser más suave y menos tóxica que el tabaco, no pudo ganar la partida en el mercado español. El otro producto que cautivó desde el principio a los españoles fue el chocolate.

Cuando Hernán Cortés desembarcó en la península del Yucatán el 1518 y vio cómo aquellos indígenas consumían una infusión hecha a base de unas bayas secas, acomodada de diversas formas, bien en una papilla con maíz tostado y molido, bien emulsionada en una aromática y oscura espuma que suavizaban con especias y chiles picantes, comprendió que un brebaje tan nauseabundo tenía que tener algo de mágico y lo probó.

"Aumenta la resistencia del organismo y lo prepara contra fatigas corporales» relató Cortés al emperador Caños V. Y cuando llegaron las primeras bayas a la península y tras una serie de experimentos en que se llegó a la fórmula de mezclar su polvo refinado con canela, vainilla y azúcar y hacer con este popurrí una infusión rebajada con leche, la aceptación fue de tal magnitud que el cacao tomó valor de moneda de trueque.

De hecho, en 1555 se estipuló el canje de 140 semillas por un real plata y hasta bien entrado el siglo XVIII, esta especie de mercado de valores fue respetado.

Pero resulta curioso cómo este producto fue de tanto provecho para los hambrientos estómagos españoles de los siglos XVI y XVII, y que había también triunfado en el resto de Europa.

Sin embargo, fue tomado casi como una obligación social por los reyes Borbones que vinieron a gobernar España.

Por aquel entonces, el café ya había hecho furor en toda Europa, menos en España, claro está, donde los curas decían que era bebida de moriscos por haber sido importada por el sultán otomano Salim I, y cuando Isabel de Famesio, recién llegada a nuestro país, pidió «un cafelito», casi la queman viva.

Digamos también que es cierto que era el clero quien tenían casi el monopolio del cacao, por lo que era comprensible que defendiesen su negocio; máxime cuando sus colegas suizos habían descubierto la fórmula para solidificar el chocolate refinado y fabricar con él, miles de golosinas y bombones con que negociar y llenar de caries a los nobles glotones.

Pero no resulta menos curioso que estos dos productos, tan diferentes entre sí, incluso cargados de no poco contenido mágico ambos, lo que debería haber bastado para su rechazo por la Santa Inquisición.

Sin embargo, fueron los dos únicos que fueron promovidos y potenciados por los poderes fácticos a la sazón.

También resulta curioso que ambos vegetales no podían ser cultivados en nuestro suelo, por lo que al tener que ser importados de ultramar, permitían el absoluto control de las autoridades fiscales y su posterior utilización en régimen monopolista (recuérdese la prohibición de plantar tabaco en la península y la exclusiva de su manipulación para la fábrica de Sevilla en 1684).

¿Será posible que entonces toda aquella parafernalia jurídica, que dictaminaba que producto era digno o no de reproducirse en suelo cristiano, obedeciese exclusivamente a los intereses económicos de los sectores gobernantes, en detrimento de un pueblo que agonizaba de hambre sin saber que existían productos como las patatas o el maíz, que podrían haber consolado tanta miseria?

Hay un refrán popular que dice "la historia los juzgará». Pues bien, estamos en el Quinto Centenario y nosotros somos ya los jueces que debemos analizar los hechos sin tapujos; a lo mejor, son menos malos de lo que pensamos.

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Escrito por el (actualizado: 14/09/2015)