Hígos esotéricos
Diario El Comercio año 1996
En este loco mundo de la fruticultura de fin de milenio, en que los mercados de las aldeas aturianas venden manzanas italianas, tomates holandeses y uvas chilenas, hay un humilde fruto que mantiene gallardamente su territorialidad, su autenticidad local, su patriotica plaza: el hígo.
Denostado por analfabetos gastronómicos, por herejes de la buena mesa, por asesinos del placer oral, de este misterioso manjar, la Real Academia ha llegado a decir que es: “una involución cavernosa formada por receptáculo globular de la inflorescencia que desarrolla miles de drupas monoespérmicas” ¡Que horror!
Pero lo cierto es que del higo se desconocen muchas cosas que si tuviesen en cuenta, seguramente la propia Iglesia los hubiese prohido. Por ejemplo, que en realidad era la fruta del bien y del mal que el demonio dió a comer en el Paraiso a nuestros primeros padres: “Luego se les abrieron a entrambos los ojos: y como echasen de ver que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera, y se hicieron unos delantales" (Génesis 3, 4).
El antiguo Testamento no habla nunca de la manzana de Eva, pero a los inquisidores medievales debió parecerles más púdico citar estas fruta en vez del higo de Adan, mas que nada por su forma de escroto. Digo yo que sería por eso.
Y es que los higos tienen mucha miga, mucho trasfondo esotérico.
Para empezar hay que tener en cuenta que hay más de seiscientas especies, algunas de las cuales necesitan la intervención de una determinada especie de abejas para fecundarla, sin lo que el arbol permanece esteril a lo largo de toda su existencia, de ahí que muchos evangelistas hablasen de arboles malditos por castigo divino: "Vió junto al camino una higuera, y fue a ella. Pero no encontró más que hojas, y le dijo: ¡Nunca más lleves fruto! Y la higuera se secó en seguida".(San Mateo 21, 18).
En realidad en la Biblia la higuera representaba a la ciencia teológica situada en la ciudad de Betania, donde los sabios despreciaron a Jesús junto a sus Doce Apostoles. San Juan narra como en el camino de vuelta a Galilea, al encontrarse con Natanael, uno de esos intelectuales, le dice: " ...cuando estabas debajo de la higuera te vi.", entonces este se somete y le reconoce como el rey de Israel y Jesús le responde: "¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera me crees?” ¿Qué coño pintaba una higuera en se lío? Pues eso.
Claro que todo ese misticismo se terminó hace unos quinientos años cuando el doctor Luis Lobera de Avila advertía de los peligros de esta fruta: “las personas que usan mucho dellos engendran piojos”, genial, de lo más científico y eso que era el médico de Felipe II.
Así, este delicado manjar, cantado y ensalzado por los mas ilustres poetas griegos y romanos, se convirtió en comida de mendigos y trotamundos, que endulzaban algo sus amargas vidas con esa miel que la Madre Naturaleza nos regala cada verano.
Como prueba de la importancia de su uso en la gastronomía clásica, es curioso que la palabra hígado viene de higo, porque los exquisitos cocineros egipcios, griegos y romanos, engordaban sus ocas con higos y así de la expresión jecur ficatum se obvió la palabra jecur, que era el nombre de la viscera en sí y quedó ficatum, que dió fégadu e hígado.
Para terminar quiero hcer una advertencia sobre los higos pasos, esa deliciosa golosina mediterranea: su auténtico proceso de secado consiste en sucesivos lavados con agua de mar y exposición al sol, de ahí su aspecto blanquecino característico, pero hay algunos productores poco escrupulosos que lo que hacen es embadurnarlos de harina, con lo que en vez de comer un producto sano y sublime, lo que engullimos es una bomba para el estómago, y encima insipida para el paladar.
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