Hígos, como la miel
Publicado en el diario El Progreso, año 1993.
Resulta chocante que una fruta que ha trascendido en nuestra cultura hasta entrar en nuestra más hidalga heráldica con apellidos tan arraigados como Figueira, Figueiras, Figueiredo, Figueirido, Figueiroa o el tan celebre Figueroa, con marquesado incluido, apenas si tenga presencia en nuestra gastronomía ya que, al parecer y según mi buen amigo y sin par frutólogo (valgame la licencia de crear tal nombre), Julián Díaz Robledo, este es un producto incomodo para los fruteros por su prematuro deterioro y así de un plumazo le ponen el veto y Santas Pascuas.
Es mucho más agradable comercializar frutas clónicas llegadas de Nueva Zelanda o de Holanda con fecha de caducidad incluida; después se quejarán los fruteros de que las grandes superficies les hagan la competencia.
Pero afortunadamente Lugo no tiene grandes aglomeraciones urbanas y para los que vivimos en un pueblo (¡que suerte!), este mes nos ofrece la posibilidad de ir a robar higos a la huerta de algún amigo o de encontrar alguna paisana vendiéndolos en la puerta del mercado mientras los aristócratas fruteros exponen sus imperecederos kiwis.
Curiosamente y a pesar de su delicioso dulzor, los higos no son una fruta demasiado nutritiva ya que apenas si alcanza el 12% de azúcar en su apogeo de maduración y por tanto es recomendable incluso en regímenes dietéticos.
Venerado por los celtas y elogiado por todas las civilizaciones mediterráneas, esta golosina de la naturaleza nos llegó hace miles de años de manos de los fenicios procedente de Asia y es tan extensa su diversidad de variedades (más de setecientas) que no es de extrañarse si en una reunión de gastrónomos se oyen anécdotas tan dispares como que haya quién prefiera los prematuros de Mayo o quién asegure tener una higuera que no madura hasta noviembre.
Desgraciadamente se perdió la tradición de su consumo y apenas algún naturista se toma la molestia de preparar con ellos los deliciosos panes de higo, los almibarados dulces, las empalagosas pero sublimes compotas o sencillamente los higos secos con que elaborar infinidad de suculentos postres naturales durante el largo invierno gallego.
Pero así se escribe la historia y en vez de cuidar las sufridas y encantadoras "figueiras" donde recolectar los arrugados frutos con que obsequiar a los sufridos turistas madrileños, aquí seguimos la pauta del progreso y les ofrecemos como postre las mismas basuras insípidas que ellos compran en el hipermercado de su barrio, eso sí, quizás más caras.
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