Historia de la patata
La patata, cuatro siglos de historia.
De las conquistas de Pizarro a la tortilla española, pasando por la Desamortización.
Corría el mes de septiembre de 1531, principios de la primavera austral, cuando un bastardo y analfabeto extremeño, nacido en Trujillo para más señas, decidió lanzarse a la conquista de lo que por aquel entonces se conocía como «El sur de Panamá".
No era la primera correría que hacía y puesto que ya había cumplido los cincuenta y tres años, y llevaba casi treinta viviendo en las indias, sabía que su empresa era la más arriesgada pero también la que más fortuna le podía reportar.
Aquel enjuto y pendenciero espadachín llamado Francisco Pizarro cruzó los Andes, secuestró al indio Atahualpa, asesinó a su hermano Huascar, entronizó como emperador al traidor Manco Capac y obtuvo cantidades espeluznantes de oro; en resumen, colonizó Perú.
Pero lo más importante no fue eso, lo más destacado de su hazaña fue el descubrimiento de la patata.
Pizarro vio cómo aquellos pobres indios que vivían en condiciones climáticas extremas, sobrevivían engullendo unos pequeños tubérculos que sembraban entre las hendiduras de las rocas, en pequeñas mesetas que ofrecían las heladas cordilleras y en los lugares más insospechados e inaccesibles.
Poco tiempo después su cultivo empezaba a expandirse por el nuevo mundo, México, Antillas, etc., y un tratante de esclavos llamado Hawkins, llegó incluso a traerla a Europa, pero los irlandeses, católicos como nadie, tenían sus principios y el proyecto cayó en el olvido.
En 1560 los españoles la transportaron de nuevo al viejo continente y fue experimentada con gran éxito en los ya anteriormente comentados «Huertos Botánicos".
Poco tiempo después, medio Sevilla tenia macetas de patatas adornando sus portales y fachadas, claro está, que de ahí a comerlas había un abismo. Sin embargo debieron alertar a los hombres de ciencia ya que su cultivo experimental se propagó por toda la península. Un documento fechado en 1604 por el entonces cardenal D. Jerónimo del Hoyo, narraba en las memorias del Arzobispado de Santiago, cómo años atrás, en 1576, en el monasterio de Herbón (hoy día más conocido como Padrón) «hizo plantar papas al señor Arzobispo don Francisco Blanco", aunque poco después fuesen despreciadas por «bastas» y no volviesen a plantarse en Galicia hasta mediados del siglo XVIII.
Fueron los italianos los que, debido a su pasión por las trufas, empezaron a consumirlas y a cultivarlas hacia 1588 llamándolas, tartufoli, algo así como trufillas, pero fue en la famélica Europa central donde empezó realmente su consumo, al principio como planta forrajera nada más, o como un "esnobismo» cortesano, como ocurriera en 1616 en que le fue servida al necio del rey Luis XIII y a su intrigante consejero el cardenal Richelieu. Luego, a causa de las terribles hambrunas que asolaban los pueblos después de cada guerrita, empezaron a ser consumidas por los miserables agricultores alemanes.
Como es lógico, los franceses atribuyen su expansión al célebre primer farmacéutico de los ejércitos de Napoleón, Antoine Augustín Parmentier, pero esto no es más que otra payasada chauvinista de las muchas a las que nos tienen acostumbrados nuestros queridos vecinos gabachos.
En España la cosa fue más despacio y a pesar de haber sido los primeros importadores y aclimatadores, su cultivo nos llegó de rebote y gracias al eclecticismo de la casa de Borbón que veía cómo sus súbditos se morían de hambre sin que el Clero, propietario de las mejores tierras de cultivo moviese un dedo por paliar tanta miseria.
Tras el Concordato de 1737 empezó realmente la desamortización en toda Europa, menos en España, claro, en que los curas se defendían con uñas y dientes teniendo que repetirse las disposiciones en 1745, 1756 y 1760. En 1763, Carlos III tuvo que prohibir ya de forma tajante que "las manos muertas adquieran nuevos bienes para evitar que, a título de una piedad mal entendida, se vaya acabando el patrimonio de los legos» y son los políticos ilustrados, Campomanes y Jovellanos, los que con sus obras «Tratado de la regalía de amortización" e «Informe en el expediente de la ley agraria" respectivamente, preparan el camino para que, medio siglo después, Mendizábal ejecutase a rajatabla las medidas tomadas en 1820 sobre la venta de fincas rústicas y supresión de órdenes religiosas, y con ella la liberalización del cultivo en gran parte de las tierras españolas.
Pero antes de este gran paso, tras la crisis cerealera de 1769 y la terrible plaga que diezmó su población activa, Galicia se moría de hambre y, a pesar de opiniones como la recogida en un documento eclesiástico fechado en 1771 en la «Marina» lucense que decía: «... no tienen estimación, ni personas de conveniencia las gastaron para su alimento sino para la ceba de puercos», los pobre agricultores gallegos, influidos por las costumbres que traían los marinos ingleses hasta sus costas, trabajaron arduamente para que dos siglos después, nuestro querido y buen amigo José Luís, pudiese cosechar una ingente fortuna al inventar la mundialmente conocida: TORTILLA ESPAÑOLA.
Actualización en 2014, año de la coronación.
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