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Frutas de diseño

Frutero de cultivo tradicional
 
Frutero de cultivo tradicional

Publicado en gallego en el libro A Cociña do Veran en 1995
 

Eso de "Frutas de diseño" parece una cursilada de esas que tanto gustan en estos días, sobre todo a los señores esos que manejan las subvenciones estatales, sin embargo la realidad es que se trata de un auténtico drama, no solo para los amantes de la buena mesa que no podemos disfrutar de una perfumada pieza de fruta, sino también para todo un importante sector de la agricultura española para quien la guerra de los productos de gran consumo es una batalla perdida de antemano.

Ya les hablé de esto en el capítulo de las huertas y pido perdón por reincidir, pero es una espina que llevo en el alma, así que si no les interesa pueden saltarse las páginas siguientes y pasar al recetario.

En otros apartados ya me he referido a que las comunidades cantábricas, debido a sus condicionantes geográficos, orográficos y sociales, no pueden competir en el campo de los productos de gran consumo donde solo cuenta el precio de mercado, así que su única opción está en los productos de calidad, donde todo es posible.
Claro que eso implica una cierta dosis de imaginación y voluntad de querer hacer las cosas bien, virtudes consideradas como demoniacas por los administradores públicos de este Reino.

En estos momentos en el sur de Inglaterra, donde la reconversión industrial obligó a buscar recursos económicos alternativos, se ha puesto de moda un sistema de compra encantador y que está dando resultados sorprendentes. Se trata de una variante del "Self Service", es decir "Sirvase usted mismo" y es el "Recoléctelo usted mismo y pague al salir del huerto".

Son fincas con arboles frutales y huertos, donde el comprador coge una cesta y se dirige al arbol que más le gusta para recolectar por sus propios medios aquellas frutas que más le atraigan según el grado de madurez, el aspecto, etc.
Cada finca cultiva sus propias especies, así que cuando un cocinero desea unas manzanas reinetas realmente ácidas y perfumadas para preparar una deliciosa tarta, pues ya sabe que tendrá que ir al huerto de Mr. Jones que tiene la mejor pomarada de todo Dorchester.
O simplemente una familia que desea pasar una tarde de ocio, en vez de meterse en un hipermercado donde será acribillado por mil mensajes publicitarios dentro de un lugar hostil premeditadamente así diseñado para incitar al consumo, pues salen al campo a tomar el aire, y mientras los críos juegan subiéndose a los arboles o rompiéndose algun brazo, pues los padres hacen la compra de unos productos que independientemente de su riqueza vitamínica, sápida y aromática, tendrá el encanto de haber sido cogida del propio arbol, en el que eso sí, habrá un cartelito explicativo de la variedad que es, sus características y el precio del kilo de su fruta, en este caso como los ingleses son así, será el precio de la libra o de la onza.

Se trata de rehumanizar al hombre y de devolverle un poco esa ilusión de vivir que estamos perdiendo con tanto confort, tanta trampa destinada a la mejor manipulación de las masas.

Me decía el otro día un compañero:"¿Acaso antes había más medios para salir adelante, mayor independencia individual?" y yo le contesté: "No, pero tampoco había tantas subvenciones que condicionasen el mercado laboral y empresarial, porque ahora ya nadie piensa en la viabilidad de un negocio si no es con la intervención estatal a través de alguna ayuda, lo que de una forma encubierta se ha convertido en una dictadura gubernamental que en la práctica logra desterrar o anular a aquel ciudadano que no se resigna a ceñir el yugo impuesto por el tirano de turno".
Hemos caido en la trampa y hoy día los gobernantes son todopoderosos y como además de necios y torpes están cegados por la codicia, pues con tal de embolsarse las comisiones que las grandes multinacionales les ofrecen, no tienen escrupulos en arruinar recursos históricos que han determinado la idiosincrasia de todo un pueblo durante siglos, como es el caso de los capones de Villalba, de los quesos artesanos, de los embutidos caseros, y también, porqué no, de las frutas autóctonas de cada zona.

Hace años le pregunté a un buen amigo mio, Julián Diaz Robledo, sin duda el frutero más importante de España y cuyas empresas se extienden por medio mundo, porqué no dejaban madurar las frutas en los arboles para tuviesen algo de sabor y aroma, la respuesta que me dió fue mucho mas aterradora de lo que me esparaba : "No se trata de dejarlas madurar más o menos, el asunto radica en la propia especie.

Son frutales de diseño, manipulados genéticamente para producir frutas que deben cumplir una serie de requisitos técnicos de estética y funcionalidad, que permita su almacenamiento en naves frigoríficas durante el tiempo necesario. No son árboles que puedan madurar su fruta naturalmente. Están diseñados para dar frutos que, recogidos en verde, tengan que madurarse artificialmente en el momento que al industrial le interese sacarlas al mercado".
En otras palabras, son casi formaciones químicas sintéticas diseñadas para reaccionar a determinados estímulos predeterminados, como los tratamientos de maduración artificial con rayos ultravioletas.

Hace ya más de medio siglo nos avisaba el preclaro gastrónomo y humorista gallego Julio Camba en su Casa de Lúculo: "Cualquier fruta en sazón, por humilde que sea, vale más que la mejor fruta madurada en caja".
¿Recuerdan ustedes, me refiero a los que ya no se preocupan por cumplir los cuarenta, lo que suponía antaño comerse una fresa? ¿Recuerdan la explosión de sabor y de aromas que se producía en la boca cuando aplastábamos contra el paladar la suave pulpa? ¿No sienten ustedes una terrible frustración y desánimo cuando prueban ahora uno de esos espectaculares fresones que vienen tan impecablemente envasados, pero con el mismo sabor que la propia cestilla de plástico que los contiene?
Pobres fresas, si Alejandro Dumas levantase la cabeza y probase uno de estos esperpentos, volvería a morirse inmediatamente.

Él, quien a pesar de su chauvinismo y exacerbado antiespañolismo llegó a reconocer que en el Norte de España se comían las mayores freses que conocía, ahora vería la decadente trayectoria que ha sufrido aquella verde región que tanto le gustó.
Y a mi es que se me caen las lágrimas al ver como cada miércoles, en la plaza del mercado de Ribadeo, cada jueves en la Navia, o cadea domingo en la de Cangas de Onís, se venden estos monstruos de la naturaleza, estas insípidas e inhodoras formaciones clónicas fabricadas en cadena en un laboratorio holandes, mientras en nuestras pomaradas, las maravillosas manzanas Mingan o Reinetas, se pudren en árboles caducos que nadie se molesta en podar y abonar, porque es más rentable vender las manzanas Golden que distribuye el traficante de la zona que recolectar las de la tierra.

Nadie puede culpar al frutero o al campesino, porque lo que manda es el dinero y cada cual tiene que ganárselo como le sea más facil, pero al político que está pidiendo subvenciones para hacer un polígono industrial donde almacenar esas aberraciones hortofruticolas llegadas de "Trasosmontes", pisoteando y en muchos casos hasta destruyendo físicamente huertos como el de Villaselán, a ese tipo habría que llevarle al infierno de Dante para que viese la miseria de su alma, para que deseara arrancarse los ojos antes que ver como su codicia había sido capaz de arruinar algo tan hermoso como es toda la historia de una cultura popular reflejada en la belleza de un humilde huerto de frutales, en un mercado rural, o en una mesa con un perfumado frutero.

Si Inglaterra, un país del que cuelga el sanbenito del mal comer, ha comprendido que en la gastronomía puede estar la solución de la crisis económica, de la desmasificación urbana, de la rehumanización de los ciudadanos y del bienestar social, ¿como es posible que los políticos epañoles sean tan bestias de no comprender que tienen en sus manos un potencial económico de primera magnitud, respaldado además por una imagen implantada desde hace siglos de buena mesa, de productos de calidad, de paraiso de gourmets?
Pues no.

Cuando algún periodista intenta hacerles razonar acerca de que tienen a su alcance una riqueza que cualquier país desearía tanto como una mina de oro, en vez de hacer un esfuerzo intelectual por comprender la magnitud de la oferta, deciden defenestrarle, desterrarle, calumniarle, incluso y si fuese posible, arruinarle moralmente para que deje de molestar mientras ellos construyen polígonos industriales que nunca se venderán, subvencionan proyectos urbanísticos que destruyan aun más la ya maltrecha costa, o despilfarran los fondos europeos destinados a la promoción turística echando catamaranes a los inhóspitos embalses artificiales del Sil. Decía el gran filósofo gastronómico Talleyrand: "No se puede hacer buena política con una mala cocina".

Quizás, cuando ya no queden frutales en Asturias, Cantabria o Galicia, alguna mente prodigiosa de las anteriormente descritas subvencione una campaña para importar de Inglaterra frutas naturales, envueltas en un papel de seda con la bandera gallega, y se gaste varios cientos de millones en una campaña que diga: "Frutas do país. Galicia Calidade".

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Escrito por el (actualizado: 01/05/2015)