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Gastrosofía

 
Diario El Comercio año 1998.

Existe, desgraciadamente, en la sociedad española, un atávico complejo de hambre que induce, incluso a personas inteligentes, a confundir la gastronomía con la comilona, y así cuando comentas la maravillosa experiencia de haber probado una trufa blanca de Piamonte, suele haber alguien que dice aquello de «os pondríais ciegos», o peor aún, «¿Y cuantos platos de huevos fritos con chorizo te darían por lo que vale esa seta?».

España ya no tiene hambre, por eso ya no tiene sentido esta voracidad, y hoy día las únicas barreras a nuestra gula las ponen el médico que nos avisa del colesterol, y el sastre que alegra la cara advirtiéndonos que ese traje ya no da mas de sí.

Sin embargo las masas sociales se movilizan cuando se anuncia que habrá un pincheo.

Ahora, hasta los alcaldes, cuando inauguran una nueva fuente, ofrecen ese lamentable espectáculo de posguerra, repartiendo bocatas de chorizo entre los feligreses, para presumir de darse baños de masas.

¡Y la gente acude!

Hace poco mas de un año, en un conocido hotel gijonés, la Consejería de Agricultura de la Junta de Extremadura ofreció una degustación de sus productos, excelentes por cierto, y la fiesta no terminó en tragedia gracias a la profesionalidad de los camareros que supieron zafarse de las hordas con habilidad y maestría, pero a punto estuvieron de tener que intervenir las fuerzas de Orden Público para dispersar a la marea humana que estaba dispuesta a destripar a cualquier semejante para poder pillar, aunque fuese unas aceitunas.

¿Donde está la explicación?

Que eso ocurra en Bosnia tiene sentido, porque estaríamos hablando de supervivencia, pero en Asturias, donde mas del 90% de la población tiene problemas de sobrepeso, es absurdo.

Se trata por tanto de una herencia genética, de un código de necesidad que se nos ha fijado en los cromosomas a través de siglos de hambruna, pero sería deseable que intentásemos superar el trauma, y aplicar la razón.

Arturo Pardos exige que sus clientes sean personas SIC (sensibles, inteligentes y cultas) porque para poder valorar su metacocina, es necesario haber llegado a la fase final (duodécima) de la evolución gastrónica, en la que «el cocinero, liberado al fin, puede acudir a otros restaurantes, deviendo, a su vez, comensal libre».

Para valorar algunos de sus biomorfos gastrónicos, como el famoso Gazpacho mutante de Kiri-Tekanawa, aplicación práctica del principio ético de los gazpachos cuánticos, es necesario poseer un mínimo conocimiento de gastrosofía, ya que sin él resultaría imposible pasear por sus paisajes epigenéticos, y con toda certeza naufragaríamos antes de llegar a introyectar el concepto elemental de la resonancia mórfica.

Europa acaba de reconocer con este premio la capacidad filosófica de un gastrónomo español, flaquito, eso sí, pero no hambriento, y Asturias tenía la obligación de estar a la altura de las circunstancias.

Enhorabuena Arturo.


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