Galicia gastronómica
Cuando decimos Andalucía a todos nos viene a la memoria la imagen de su folklore y de su religiosidad, La Feria de Sevilla, El Rocio y Semana Santa, pero cuando se habla de Galicia, en lo primero que piensa el turista es el una mesa abarrotada de mariscos, empanadas y pescados.
Quizás sea una imagen un tanto estereotipada pero a veces lo más inteligente es seguir la corriente, sobre todo cuando esa imagen implantada en el subconsciente del público no es en absoluto negativa.
El desarrollo industrial está siendo cuestionado incluso por aquellos paises que se encuentran a la cabeza del mundo en producción; aspectos relacionados con el bienestar social, la ecología, las aglomeraciones urbanas, etc.
Sin embargo aquellas regiones europeas que han enfocado su riqueza en torno a la gastronomía: ganaderia selecta, agricultura hortofrutícola, industria de delicatessen, etc., están viendo como acuden a ellas familias jóvenes para parcticipar de esa nueva fuente de riqueza y de su forma sana de vida.
Se imaginan que maravilloso sería si en Galicia se desarrollase un plan de apoyo a la industria gastronómica en la que los medios rurales pudiesen cear un considerable número de pequeñas empresas que manufacturasen y comercializasen esos productos a lo largo y ancho del mundo entero paseando la bandera gallega por los miles y miles de restaurantes y hogares de emigrantes,
Devolver la vida a los pueblos y aldeas de Galicia recuperando a esos hijos que están sufriendo la marginación en grandes urbes despersonalizadas o incluso en el extranjero.
Hay productos de tradición histórica que podrían ser relanzados al mercado: los capones de Villalba, los quesos artesanos, la chacinería de las tierras interiores, las mieles de alta montaña, las carnes de pasto abierto, los productos de la huerta tradicional, etc.
De momento solo han empezado con los vinos y el éxito está siendo clamoroso, prueba de que cuando se elaboran productos de calidad el mercado responde.
Ya solo falta que los quesos utilicen leche de vacas de razas autóctonas sin pasteurizar y sin fermentos foraneos, que los capones sean de pollos de la Terra Cha y no de razas americanas de engorde rápido, que la miel sea correctamente clasificada e identificable, la chacinería artesana y sin plásticos ni piensos compuestos, las carnes de vacuno de nuestra cabaña y con el reposo necesario, las hortalizas con cultivos ecológicos, etc.
Sería fantástico pero de momento tenemos que contentarnos con los productos que se consiguen en aquellas fiestas que aun sobreviven al paso del rodillo industrial.
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