Patatas paja
Recuerdo que, siendo niño, había un restaurante en la NVI, a la salida de Madrid, donde iba con mis padres y, cuando no había demasiado lío o el cocinero estaba de buen humor, nos ponía una fuente de patas paja que nos volvía locos. Desde entonces, durante la friolera de más de medio siglo, no he vuelto a probar unas pajas de verdad. Así siempre hacen las que llamamos “cerilla”, que no son paja, obviamente, porque no son una broma.
Pero en realidad el único conflicto es dar con un artilugio que las corte así de finitas y, por pura casualidad, en uno de esos artículos de cocina que cortan, laminan y tienen unos accesorios, que tuve rodando por casa varios meses, hasta que mi mujer me dijo “Quieres probar con esto” y ¡Eureka! Ahí estaba el milagro.
A partir de ahí es coser y cantar, poner abundante aceite de oliva refinado muy caliente y sumergir nuestras pajitas. Como son tan finas, no necesitan hacerse demasiado, basta con el tostado, y quedarán hechas y crujientes, incluso durante horas.
Elaboración
Cortamos las patatas a lo largo y luego las rallamos con nuestro artilugio.
Se lavan bien para quitar el almidón y que no se peguen, luego se añade la sal y escurren bien.
Las sumergimos en el aceite en tandas que no llenen del todo la sartén hasta que empiecen a dorar, entonces se sacan con una espumadera de alambre para que escurran bien y se depositan en papel absorbente.
Listo.