Torrijas de leche
Cuando España era cristiana (ahora somos un país laico, aunque escuchando al Emmo. y Rvmo. Cardenal Arzobispo Sr. Rouco Varela, parezca que aún gobierna la Inquisición), los viernes de Cuaresma, en el restaurante de mi madre, había potaje de vigilia y torrijas, una golosina por la que me pirraba, y eso que nunca fui goloso.
Era el preludio de la Semana Santa, unas anheladas vacaciones en las que, huyendo de la locura ultra católico fascista, mi padre nos llevaba a París, donde no había procesiones, ni cerraban los cines, ni vehemencias por el estilo.
Hoy, como a pesar del Opus, ya abren las discotecas hasta en Viernes Santo, pues aquellas costumbres parecen trasnochadas, pero, gracias a Dios, como mi exmujer era muy católica (a pesar de estar casada con un rojo masón), pues me prepara estas delicias cuaresmales que, aún sin contar con la bendición del Sr. Arzobispo, me suben directamente al cielo, sobre todo la glucosa.
La receta
Mi madre compraba unas barras de pan especiales que la confitería Mallorca preparaba durante estas fechas y que sabían como los bollos suizos o panecillos de leche.
Ya no les he vuelto a ver, pero mi ex mujer las hacía con pan duro, y estaban de muerte.
Primero hay que cocer un litro de leche con un poco de azúcar, un par de ramitas de canela y la piel de un limón.
Una vez perfumada la leche, se corta el pan en rebanadas del grosor de un dedo meñique (hay que decirlo todo), se colocan en una fuente honda y se rocían con esta.
Se pueden dejar toda noche, aunque en un par de horas ya la habrán absorbido por completo.
Cuando ya la hayan chupado toda, ponemos una sartén con abundante aceite (tienen que nadar, que se dice), las pasamos por huevos batido y las freímos hasta que queden bien doraditas.
Hay que escurrirlas bien en papel absorbente, aunque si el aceite está bien caliente, como ya están completamente hidratadas, no se engrasarán demasiado, pero aún así, conviene secarlas un poco.
También se pueden hacer de vino. El proceso es el mismo, solo que en vez de leche, ponemos vino, tinto o blanco, pero de mucho sabor joven, sin crianza, y por supuesto también con el azúcar, la canela y el limón.
A mí me gustan con un corrito de miel por encima, como muestro en la foto, pero hay quién las emborracha en almíbar, sirope o simplemente las espolvorea con azúcar. Mi medre les ponía azúcar glas que se fundía al momento y no veía, pero daba dulzor.
Lo de la fresita y la menta, es una mariconada mía para la foto, pero no crean, que están muy ricas.
Un vino para plato