Pitu de caleya
Pitu buscando gusanitos junto al río Zardón. Publicado en Diario El Comercio el año 1999.
Una de las actividades preferidas por nuestros visitantes capitalinos, ya sean madrileños, barceloneses o valencianos, es descubrir aldeas perdidas donde las huellas de la civilización occidental aún no ha hecho mella (recordarán que hasta se rodó un cómico anuncio televisivo de fabada enlatada, con tal éxito, que hasta algunos pedimos que no se exhibiese mas por considerarlo doloso para nuestro frágil patriotismo gastronómico).
Pues bien, estos desaprensivos colonos, generalmente a bordo de potentes naves todo terreno, lo que no saben es que, en cada recodo de los peligrosos vericuetos por que se adentran, puede haber escondido un salvaje pitu de caleya y las consecuencias del encuentro pueden llegar a ser dramáticas.
A simple vista, la temible bestia tiene aspecto de pollo, pero en realidad se trata de un descendiente directo de los llamados Bankinas, o gallos rojos de la jungla, antepasados de las actuales gallinaceas que pueblan Europa y América (allí las llevamos los españoles, precisamente un vecino de Quintueles), y que no llegaron a occidente hasta la era romana, como lo demuestra el hecho de que en la Biblia no se haga referencia a ellas hasta el Nuevo Testamento (el famoso canto del Gallo de San Pedro).
Pero hay mas, y es que sus dueños suelen ser a su vez descendientes directos de Don Pelayo, y así que cuando ven a un flamante Jeep Cherokee despachurrar impunemente a uno de sus valiosos especimenes, la sangre se les calienta como nuestro invicto caudillo cuando los moros llegaron a Covadonga, y de no mediar algún voluntarioso anciano que suele encontrarse generalmente junto al lugar de los hechos, la cosa puede llegar al derramamiento de sangre.
No intente usted, desgraciado visitante, alegar ningún atenuante, porque la cosa podría aun empeorar.
Lo mejor es pagar in situ la desproporcionada indemnización exigida antes de que la matrona de la casa vea el desaguisado, porque entonces hasta la férrea chapa del 4X4 correrá peligro.
Sin embargo, y por supuesto una vez regularizado el infortunio, se pueden ustedes vengar de la especie (me refiero a la de las gallinaceas, claro), y encargar en algún restaurante cercano que para el día siguiente le guisen uno, lo que en las cartas se denominan «pitus de caleya», o sea, pollos de camino, y que una vez guisado, bien con arroz, bien estofado, incluyendo vinos de marca, postres, cafés y copas para toda la familia (con uno de esos animales comen tranquilamente cinco o seis personas, o incluso niños), no supondrá ni la mitad de lo que tuvieron que pagar por aquel otro, fallecido en tan gravosas circunstancias.
La vida de un pollo de aldea, salvo que haya sido sacrificado ceremonialmente para ir a la cazuela, vale un Potosí, y es que durante el verano nadie puede descansar tranquilo mientras haya conductores temerarios por esas caleyas de Dios.
Si vienen por el Oriente, les recomiendo que prueben el pitu que preparan en Casa Marcial, en la Salgar, concejo de Parres, y además si cruzan por el Fito, no solo pueden desplumar algunos por el camino, sino incluso hasta estrellarse contra un asturcón, que es una experiencia veraniega inolvidable.
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